Jesús no murió en la cruz para que el mundo calle ante un genocidio

Lo que Israel hace hoy con el pueblo palestino, con el aval de sus padrinos occidentales –van más de 80 mil muertos- no es defensa: es barbarie. Es la negación más absoluta del mensaje cristiano. Bombardear niños, arrasar hospitales, cercar a todo un pueblo para matarlo de hambre en nombre de una “guerra” es clavar una y otra vez los clavos del calvario.
Jesús, que se puso
del lado de los oprimidos, de los pobres, de los expulsados, no callaría.
Jesús denunciaría.
Jesús resistiría.
Jesús lloraría en Gaza.
Porque quien cree en el Evangelio de Jesús no puede justificar el exterminio.
Porque amar al prójimo no tiene excepciones geopolíticas. Hoy, como ayer, la
cruz la carga el inocente. Y el silencio cómplice también es parte del crimen.
"La máscara de la civilización"
Mientras Gaza sangra, Occidente: los jerarcas de Estados
Unidos, Canadá, la Unión Europea, se miran al espejo y no se reconocen. O peor
aún: se reconocen, pero no les importa. La barbarie ya no se esconde tras
uniformes ni discursos racistas explícitos. Hoy se viste de diplomacia, se
sienta en los parlamentos, se escuda en la palabra “seguridad” para justificar
crímenes que no caben en ningún libro de ética.
El Estado de Israel bombardea hospitales, pulveriza
escuelas, encierra y extermina, día tras día, al pueblo palestino. Y lo hace
con dinero, tecnología y respaldo político de quienes se proclaman garantes de
la civilización. ¿Qué tipo de
civilización apoya un genocidio en tiempo real?
La civilización europea, que parió el colonialismo y el apartheid, que exportó muerte mientras hablaba de derechos, repite hoy su peor cara en el Medio Oriente. La estadounidense, la que arma al genocida y justifica lo injustificable con el poder del dólar y el veto en la ONU, es cómplice directa. El silencio de los grandes medios, la tibieza de las cancillerías, las ONGs que piden “moderación” mientras se apilan cadáveres: todo eso también mata.
Palestina no está siendo liberada de Hamas. Está siendo
borrada del mapa, piedra a piedra, niño a niño, alma a alma. Quieren
transformar Gaza en un balneario para vampiros que quieren nadar en sangre, un
centro turístico sobre las ruinas de una historia milenaria. Pero el mundo ya
no se traga el cuento del “derecho a defenderse” cuando ese derecho se ejerce
contra bebés, cuando las bombas sionistas
no paran ni en Semana Santa, como expresión de su odio a Jesús.
La pregunta que debería estremecernos no es “¿cómo pasó esto?”, sino “¿cómo sigue pasando?”. ¿De qué sirve tanto museo, tanto discurso sobre el Holocausto, si los herederos de ese dolor no han aprendido a no repetirlo?
La verdadera civilización no se mide en misiles de precisión
ni en alianzas estratégicas. Se mide en la capacidad de reconocer al otro como
humano. Y en esa prueba, los gobiernos que sostienen este genocidio han
fracasado.
Palestina resiste. Lo ha hecho por más de 75 años. Y como todo pueblo que resiste, terminará escribiendo el futuro. Mientras tanto, que quede claro:
El rostro que hoy muestra el mundo no es el de la civilización.
Es la máscara caída de la hipocresía.
Alberto Vela
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