ESTAMOS AL BORDE DEL COLAPSO: ¿POR QUÉ LE OCURRE ESTO A LA AMAZONÍA Y A LORETO?

No basta con denunciar los síntomas de la catástrofe amazónica —deforestación, incendios, contaminación— sino comprender las causas estructurales que hacen que Loreto y la Amazonía en su conjunto estén en un camino de colapso.

Cada vez que vemos las imágenes de miles de hectáreas arrasadas, de ríos ennegrecidos por el petróleo, de animales huyendo entre las llamas, surge la pregunta inevitable: ¿por qué le está ocurriendo esto a la Amazonía, y en especial a Loreto?

La respuesta no es simple, pero sí clara: el colapso amazónico no es un accidente ni un castigo divino, es el resultado de un modelo económico, político y cultural que desde hace más de medio siglo ha tratado a la selva como si fuera un depósito inagotable de recursos para otros.

1. El modelo extractivista como condena

Desde la década de 1970, cuando el petróleo se convirtió en la gran promesa de desarrollo, Loreto fue marcado por una lógica: extraer, vender barato, repartir migajas y dejar la contaminación como herencia. Hoy, más de 3,000 sitios contaminados por hidrocarburos están registrados solo en el ámbito del Lote 192, y ninguna comunidad tiene agua limpia garantizada.

La tala ilegal, el oro, el gas, la minería ilegal y ahora los créditos de carbono son nuevas máscaras de la misma historia: se nos vende la idea de progreso, pero lo que queda es despojo, desigualdad y abandono.

2. La ausencia del Estado: tierra de nadie

La Amazonía peruana es más grande que varios países de Europa juntos, pero en Loreto los puestos de control forestal apenas tienen gasolina para una moto lineal. El 90% de la madera que sale de la región es ilegal, según la propia OSINFOR, y no pasa nada.

El Estado no está: ni con escuelas dignas, ni con hospitales equipados, ni con justicia efectiva. Pero sí aparece cuando se trata de firmar contratos petroleros, dar concesiones a ONG extranjeras o perseguir comunidades que defienden su territorio.

3. El mercado global devora la selva

Mientras en Lima o Nueva York alguien compra muebles de caoba, filetes de paiche o joyas de oro amazónico, aquí lo que queda son ríos contaminados, chacras arrasadas y familias desplazadas.

El mercado global exige carne, soja, madera, minerales. Y la Amazonía es vista como una bodega barata. En ese engranaje, Loreto es apenas un peón sin voz, reducido a proveedor de materias primas.

4. La captura política y la corrupción

¿Cómo se permite este saqueo? Porque quienes deberían defender la región se han vendido una y otra vez. Gobernadores, congresistas, alcaldes: todos hablan de “defender Loreto”, pero firman contratos sobrevalorados, blindan empresas contaminadoras y convierten la selva en su caja chica.

La corrupción no es un detalle, es el motor que garantiza la destrucción, porque transforma el territorio en un botín y a las autoridades en intermediarios serviles de los intereses externos.

5. El desarraigo cultural y social

Quizá la herida más profunda no sea la deforestación, sino el desarraigo. A las nuevas generaciones se les ha enseñado que la selva no vale por sí misma, que solo sirve si produce plata. Se ha erosionado el vínculo con la tierra, el río, el bosque.

Cuando una comunidad empieza a pensar que el progreso es una carretera que trae más cantinas que escuelas, o que un contrato de conservación firmado en inglés desde Frankfurt es “lo mejor que nos puede pasar”, algo esencial se ha roto.

6. El colapso como síntoma

Todo esto explica por qué estamos donde estamos: más de 200 mil hectáreas deforestadas en Loreto entre 2001 y 2022, miles de hectáreas más cada año bajo fuego o motosierra, pueblos enteros desplazados por el narcotráfico o la tala ilegal, mientras el discurso oficial habla de “desarrollo sostenible”.

El colapso no es casual: es la consecuencia lógica de un modelo que siempre puso la selva al servicio de otros y nunca al servicio de quienes la habitan.

El drama de Loreto y de la Amazonía entera es precisamente ese: no se sabe qué hacer con lo que se tiene. Y no porque no existan alternativas o ideas, sino porque el modelo que se ha impuesto desde Lima, y más atrás desde las potencias que miran la Amazonía como una cantera infinita, está diseñado para que aquí no pensemos en qué hacer con cada centímetro de nuestro territorio, sino para que seamos simplemente proveedores de materia prima, de agua, de oxígeno, de petróleo, de madera, de biodiversidad… que otros transforman y convierten en riqueza.

Loreto vive atrapado en un colonialismo interno:

  • Desde el Estado central que solo nos ve como un apéndice para explotar.
  • Desde las grandes empresas que no invierten aquí, solo extraen.
  • Y desde una clase política local que, en lugar de pensar en proyectos propios, se limita a ser intermediaria de ese saqueo.

Las riquezas que salen de aquí nunca regresan en forma de bienestar. Van a paraísos fiscales, a cuentas ocultas, a contratos blindados en Lima o en el extranjero. Aquí solo quedan los huecos, los ríos contaminados, las comunidades abandonadas y los discursos vacíos.

El colapso que hoy vivimos no es casualidad. Es consecuencia de:

1. Ausencia de un proyecto regional propio. No existe un plan claro de cómo usar nuestro territorio para nuestro beneficio. Todo se hace a la medida de las concesiones de afuera.

2. Corrupción enquistada. Cada contrato se negocia para engordar bolsillos privados, no para pensar en desarrollo.

3. Desarraigo cultural y político. A la población se le ha enseñado que el desarrollo solo viene si alguien de afuera trae la inversión. Se nos arranca la idea de que aquí mismo podemos generar nuestras soluciones.

4. Dependencia energética y logística. Ni siquiera sabemos qué hacer con nuestra propia electricidad o con nuestros ríos. Dependemos de empresas externas hasta para prender la luz.

5. Invisibilización histórica. Loreto no figura en el mapa de decisiones nacionales salvo como “reserva” de recursos. Nunca como motor de un modelo alternativo.

Por eso lo que digo es tan clave: si no sabemos qué hacer con nuestro propio territorio, otros decidirán por nosotros. Y ahí está el círculo vicioso de siempre: Loreto como proveedor, otros como beneficiarios.

La gran pregunta es: ¿seguiremos condenados a que nuestra riqueza financie cuentas en Panamá o en Suiza, mientras aquí no hay agua potable ni hospitales? ¿O seremos capaces de romper ese modelo y construir algo distinto, aunque sea a contracorriente?

Alberto Vela

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