El otro rostro del “desarrollo”: la Amazonía que se nos va entre discursos y cifras

Por más que se repitan las palabras mágicas del “crecimiento económico”, la realidad amazónica se encarga de desmentir el optimismo vacío de los que mandan. En el papel todo suena bonito: que el Perú crece, que Loreto crece, que la inversión llega, que el futuro está asegurado. Pero cuando miramos de cerca lo que ocurre en la Amazonía, encontramos un cuadro mucho más duro: bosques arrasados, ríos contaminados y comunidades que sobreviven como pueden.

Roger Grández, el autor del artículo: Derecho de la Naturaleza I, II, III, que comentamos —un economista brillante que conoce bien cómo funciona el modelo extractivo en el Perú y Loreto— no se anda con rodeos: escribe con crudeza, sin adornos innecesarios, y sobre todo con la convicción de que los números —cuando se atreven a hablar— nos muestran la tragedia que estamos viviendo en Loreto y en toda la Amazonía.

Su texto es una bofetada de realidad. A veces parece corto, incluso incompleto, como si dejara cabos sueltos. Pero yo creo que lo hace a propósito. Sabe que muchos de sus lectores no son amantes de las cifras y menos de las fuentes técnicas. Prefiere soltar el dato duro, contundente, y dejar que cada quien mastique el malestar. Nos recuerda que mientras Lima se embriaga con cifras macroeconómicas, la selva se desangra. Y no lo dice desde la exageración: lo respaldan los números.

Denuncia que Loreto y la Amazonía peruana continúan sometidas a un “sistema de avasallamiento violento” sobre su cobertura boscosa, lo que pone en riesgo no solo los ecosistemas, los hábitat, sino también las posibilidades de desarrollo sostenible de la región. El artículo parte de un dato esperanzador (un sector forestal sostenible podría generar USD 3,500 millones en beneficios al 2050), pero lo contrasta con la realidad: la Amazonía se sigue deforestando de manera acelerada y sin control estatal suficiente.

Las cifras que duelen

Según el MAA (Monitoreo de la Amazonía Andina), entre 2001 y 2020 el Perú perdió 2.7 millones de hectáreas de bosque amazónico. Solo en 2020 se deforestaron 203 mil hectáreas, una de las cifras más altas de nuestra historia. Eso equivale a casi tres veces el tamaño de la provincia de Lima desapareciendo en pura tala y quema. 

¿Y por qué se pierde bosque? No es por accidente ni por mala suerte: el 80% de la deforestación está vinculada a la agricultura migratoria y la expansión de monocultivos, muchos de ellos promovidos como “modernización” del agro. Y ahí entra el otro punto que el autor señala con claridad: las concesiones. El 90% de la madera que sale de la región es ilegal, según la propia OSINFOR, y no pasa nada. Deforestación acumulada en Loreto (2001–2024): 602 mil hectáreas.

En Loreto, Ucayali, San Martín y Madre de Dios se entregan a manos llenas concesiones para petróleo, gas, palma aceitera, cacao y, ahora, “conservación privada” que termina siendo negocio de bonos de carbono. ¿Quién gana? Las empresas. ¿Quién pierde? Los pueblos que viven allí desde siempre.

Un “desarrollo” de espejismos

El discurso oficial habla de llevar “progreso” a la Amazonía, pero ese progreso nunca llega a los que más lo necesitan. Basta mirar cifras de pobreza: en Loreto más del 30% de la población es pobre, y en distritos rurales ese porcentaje sube hasta el 50% o más. Mientras tanto, de los millones que generan el petróleo o la madera, apenas migajas se quedan en la región.

El autor del artículo nos dice algo incómodo: la Amazonía está atrapada en una trampa extractiva, donde se justifica todo en nombre del “desarrollo nacional”. Pero el resultado concreto es que nos quedamos sin bosques, sin soberanía y sin alternativas productivas sostenibles.

El espejo que nadie quiere mirar

La pregunta de fondo es sencilla y brutal: ¿a quién le sirve este modelo? Porque ni las comunidades, ni los agricultores pequeños, ni los pueblos indígenas están viendo mejoras reales en su vida. En cambio, los grandes consorcios —muchos extranjeros— hacen caja grande.

Y aquí la selva peruana es doblemente víctima: primero, porque es destruida; y segundo, porque es invisibilizada. En Lima se habla mucho de “política económica”, pero rara vez se mira la factura ambiental y social de esa política.

Un mensaje para no dormir tranquilos

La intención del autor es clara: sacudir conciencias. No basta con indignarse en Facebook o con indignarse cada vez que aparece una cifra alarmante de deforestación. Se necesita una mirada distinta sobre lo que significa el desarrollo en el Perú.

La Amazonía no puede seguir siendo vista como un almacén de recursos para extraer sin límites. Tampoco como un simple “sumidero de carbono” al servicio de las empresas que negocian bonos verdes en Europa. La selva es mucho más: es territorio, cultura, sustento y futuro.

Si seguimos perdiendo 200 mil hectáreas de bosque por año, en dos décadas habremos destruido otro millón adicional, con todo lo que eso significa en pérdida de agua, biodiversidad y vida. Ese es el mensaje central del artículo: no hay desarrollo posible si matamos la base misma de nuestra existencia.

Al final, lo que Roger transmite —y que quiero subrayar en esta columna— es que la Amazonía no es un paisaje lejano ni un lujo verde. Es el corazón mismo de nuestra existencia como país y como planeta. Cada árbol que se pierde allá, cada río que se contamina, cada hectárea que se incendia, repercute directamente en la vida que llevamos aquí.

En resumen: el economista no solo está dando números; está lanzando una advertencia. La Amazonía no resiste más discursos. O cambiamos el modelo, o nos quedamos sin selva.

Alberto Vela

Fuente de la Información: Econ. Roger Grández: Derecho de la Naturaleza I, II, III 


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