BETSY CHÁVEZ: LIBRE, AUNQUE LA MAFIA POLÍTICA NO LO SOPORTE.
Anteayer el Tribunal Constitucional tuvo que hacer lo que la justicia ordinaria se negó a hacer durante meses: reconocer que la prisión preventiva contra Betsy Chávez fue una arbitrariedad. Y no cualquiera: fue un castigo político disfrazado de proceso judicial.
El TC declaró fundado el recurso de agravio y ordenó su
excarcelación inmediata. ¿La razón? El Ministerio Público y los jueces hicieron
lo que mejor saben hacer: pisotear plazos, estirar procedimientos y prolongar
sin sustento una medida que debía ser excepcional. En buen cristiano: la
tuvieron presa porque les convenía, no porque hubiera pruebas reales.
Pero ojo, la verdadera noticia no es que Betsy salga de
prisión. La verdadera noticia es lo que este caso revela: que el sistema
judicial peruano funciona como una prolongación del Congreso y del Ejecutivo.
El INPE actúa como apéndice del poder político, los fiscales aplican
condicionales (“habría, se habría, podría haber”) y los jueces firman lo que
les ponen por delante. La excarcelación no es un gesto de justicia: es apenas
el reconocimiento de que ni siquiera pudieron sostener la arbitrariedad con
las formas mínimas de legalidad.
Y mientras tanto, Betsy resistió. No se exilió, no se
escondió, no huyó: enfrentó la cárcel y llevó hasta el límite su huelga de
hambre seca para denunciar la podredumbre del sistema. ¿Qué hicieron sus
enemigos? Memes, insultos, campañas mediáticas y silencio cómplice. Los mismos
que blindan a congresistas corruptos, narcoalcaldes y empresarios saqueadores
fueron implacables con ella, porque no soportan a quien los confronta de
frente y con nombre propio.
Ahora que Betsy Chávez camina libre, tiemblan. Porque ya no
pueden usar la cárcel como mordaza. Porque saben que la narrativa de “golpista”
y “radical” se les desmorona cuando el TC —ese mismo que suelen adorar— les
dice que violaron la ley para mantenerla presa.
Su libertad es también un espejo: nos muestra que en el Perú
la justicia no se concede, se arranca. Que no basta la inocencia ni la razón,
sino la presión, la denuncia, la resistencia y, a veces, la exposición
internacional. Betsy se quedó en el Perú cuando podía haberse ido, y esa
decisión, que parece mínima, es en realidad la mayor de sus victorias
políticas.
Hoy ella está en libertad. Y quienes ayer se burlaban,
callaban o aplaudían su encierro son los que cargan con la derrota moral más
grande: haber demostrado que necesitan la cárcel y la difamación para enfrentar
a una mujer que solo tuvo una osadía imperdonable: decir la verdad en la
cara de la oligarquía que se cree dueña del país.
La pregunta que queda es: ¿cuánto tiempo más resistirá esta
democracia de papel, sostenida por prisiones preventivas, prensa sicaria y congresistas
impresentables, antes de que el pueblo diga basta?
El Tribunal Constitucional y la celda que se les venía
encima
En los titulares aparecerá como un triunfo de la justicia,
como el restablecimiento de la “legalidad” y la “garantía constitucional”. Pero
no nos engañemos: esto no fue un acto de justicia, fue un acto de
supervivencia institucional. El TC no la liberó por convicción, la liberó
porque no le quedaba otra.
La ex primera ministra llevaba días sosteniendo una huelga
de hambre y seca. Estaba dispuesta a llevar al límite su cuerpo y su vida para
denunciar lo que todos sabemos pero pocos dicen en voz alta: que en el Perú la
prisión preventiva es un instrumento político, no jurídico. Su detención no
respondía a pruebas sólidas ni a un peligro procesal real; respondía a una
necesidad: castigar, silenciar y dar un escarmiento a quien osó enfrentarse
al poder mafioso.
Ahora, imaginemos la escena que el TC quiso evitar: Betsy
Chávez muere en prisión. Una mujer joven, política, símbolo de resistencia,
muere en huelga de hambre bajo custodia del Estado. ¿Qué hubiera quedado? Una
mancha imborrable. El Perú exhibido ante el mundo como un país donde se mata
lentamente a los opositores desde el aparato judicial. El Tribunal
Constitucional convertido en cómplice de un crimen de lesa democracia. El Poder
Judicial reducido a una caricatura de inquisidores torpes. Eso sí que
hubiera sido quedar más sucios que palo de gallinero.
LA VANE: LA IMAGEN DESCARADA DEL MINISTERIO PÚBLICO
Porque conviene recordarlo: la prolongación de su prisión
preventiva fue ilegal desde el inicio. El Ministerio Público no cumplió con el
plazo. Los jueces miraron al techo, firmaron igual y a otra cosa. No fue
descuido, fue abuso consciente. Y mientras tanto, los opinólogos de alquiler se
llenaban la boca con el verbo condicional: “habría conspirado”, “se habría
reunido”, “podría haber participado”. Nadie hablaba de pruebas, todos hablaban
de suposiciones. El famoso habría como dogma nacional.
La excarcelación dictada por el TC no borra el abuso. Apenas
lo maquilla. Es un salvavidas lanzado no a Betsy Chávez, sino al propio
sistema, que ya empezaba a hundirse en su propio lodo. Porque si ella moría, el
escándalo internacional sería incontrolable. Y aquí está la verdadera ironía: la
vida de Betsy Chávez terminó siendo más peligrosa para sus verdugos que su
encierro.
Hoy la vemos salir libre, pero no victoriosa todavía. Su
libertad es frágil, condicionada, rodeada de trampas judiciales. Sin embargo,
hay algo que ya nadie podrá borrar: quedó demostrado que este país encarceló a
una mujer no por lo que hizo, sino por lo que representó. Y cuando la presión
fue insoportable, la soltaron no por justicia, sino por miedo.
Que nadie se confunda: el Tribunal Constitucional no
corrigió una injusticia, apenas evitó un crimen. Y lo hizo tarde, después de exponer
a una persona al borde de la muerte. Si hoy Betsy Chávez respira aire de
libertad es gracias a su resistencia, a su decisión de no ceder ni siquiera en
las condiciones más brutales. No gracias a un tribunal que, hasta ayer, jugaba
a ser notario de la arbitrariedad.
La verdadera lección es otra: cuando la justicia se
convierte en instrumento del poder político, los jueces terminan siendo rehenes
de sus propios abusos. Y el sistema solo se corrige cuando alguien, como Betsy,
está dispuesto a llegar hasta el límite para desenmascararlo.
Por eso, aunque duela a los señoritos del Congreso y a sus
fiscales de bolsillo, la imagen que queda no es la de una mujer derrotada, sino
la de una prisionera que salió caminando por la puerta con la frente en alto,
mientras sus carceleros quedan retratados como lo que son: cobardes que solo
liberaron porque temían cargar con un cadáver en su expediente.
Y eso, en política, se llama derrota.
Alberto Vela
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