Leticia no se olvida: la penetración silenciosa de Colombia en Loreto y la traición de los gobiernos del Perú

En Loreto, nadie olvida. Ni los combates por la recuperación de Leticia en 1932, ni la posterior traición de Lima que entregó el territorio sin disparar un tiro. Esa herida abierta —profundamente grabada en la conciencia histórica de la Amazonía peruana— resucita hoy con fuerza ante una nueva amenaza disfrazada de diplomacia: la pretensión de Colombia sobre la isla Santa Rosa y la creciente penetración económica, social y territorial de intereses colombianos en el oriente peruano.

Pero esta vez, el problema no es solo Lima. Es también Loreto. Porque la ceguera, la corrupción y el entreguismo de sus autoridades han hecho de la región un terreno fértil para las economías ilegales transfronterizas, que funcionan como avanzadas de una estrategia geopolítica más profunda: el debilitamiento del Estado peruano en su frontera más estratégica.

La geografía como excusa: el miedo de Colombia a quedar mediterránea

El curso cambiante del río Amazonas —cuya dinámica natural mueve cauces y redistribuye márgenes— ha despertado un temor concreto en Bogotá: que Leticia, el corazón económico y político del Trapecio Amazónico colombiano, quede atrapado sin salida fluvial directa, rodeado por territorio peruano y brasileño. Esta ansiedad geopolítica ha reactivado viejas ambiciones sobre la isla Santa Rosa, hoy bajo soberanía peruana, pero cuya posición estratégica es clave para que Colombia mantenga una salida efectiva al Amazonas.

Esta no es una simple inquietud técnica. Es una amenaza territorial latente. Un reclamo territorial velado que busca aprovechar el abandono sistemático del Estado peruano en Loreto para ganar espacio, influencia y control sin disparar un tiro —igual que en 1933, pero más sofisticado.

Loreto: tierra abandonada, tierra penetrada

Lo que está en juego no es solo una isla. Es la soberanía de toda una región. Loreto no solo ha sido traicionada por Lima, sino también por sus propias autoridades. Mientras se negocian millones en bonos de carbono, concesiones forestales y contratos energéticos, las fronteras están expuestas, sin presencia real del Estado y con una creciente infiltración de capitales de origen ilícito.

El narcotráfico colombiano ha encontrado en Loreto una plataforma de expansión. Hoy financia minería ilegal en el río Nanay, controla rutas logísticas hacia Brasil y Colombia, y ha penetrado el comercio, el transporte fluvial y hasta la vida nocturna en Iquitos. La frontera se ha disuelto en la práctica: no hay línea divisoria entre Colombia y Loreto, sino un continuo de intereses económicos ilegales y estructuras paralelas de poder.

Hoy la amenaza no llega solamente con mapas y diplomacia. Llega con dinero, crimen y poder oculto. Porque en la región ya se siente una fuerte y creciente penetración colombiana, que se expresa en tres frentes:

1. El narcotráfico colombiano tiene presencia en la región con actores locales plenamente identificados. No solo controlan rutas, sino que lavan dinero, financian minería ilegal y compran voluntades.

2. La minería ilegal en el río Nanay —que destruye el agua de Iquitos— tiene respaldo logístico y financiero de redes que nacen en Colombia. Esto no es un rumor: es un hecho documentado, conocido por las autoridades y hasta ahora impunemente tolerado.

3. La migración masiva de colombianos no es problema en sí misma, pero sí lo es cuando coincide con estructuras de poder económico informal que van copando territorio, negocios, propiedades y vínculos institucionales, al amparo de una frontera porosa y sin control.

Estamos ante una forma renovada de penetración silenciosa, una suerte de colonización informal y progresiva que va desplazando intereses peruanos, sin que el Estado lo advierta —o peor aún, lo detenga.

Colombianización silenciosa: el dinero manda, la soberanía cae

La "colombianización" de Loreto no ocurre con uniformes ni banderas, sino con dinero. No es una invasión militar, sino una ocupación económica sostenida por la ausencia estatal y la complicidad local. La permisividad con el narcotráfico, la minería ilegal y la trata de personas convierte a la región en un territorio sin ley útil para todos, menos para los loretanos honestos.

Mientras tanto, las autoridades de Loreto —débiles o cómplices— hacen la vista gorda. Prefieren negociar con ONGs extranjeras, empresas extractivas o mafias disfrazadas de “inversionistas”, antes que enfrentar el desafío histórico de defender la integridad del territorio y el bienestar de su pueblo. Loreto se hunde en la miseria, no porque le falten recursos, sino porque le sobran traidores.

Leticia fue el ensayo, Santa Rosa es la advertencia

Colombia ya lo hizo una vez. Se apropió de Leticia gracias a la traición de Lima. Hoy, la historia quiere repetirse, pero con nuevos rostros, nuevos métodos y, lo más grave, nuevos cómplices dentro de Loreto. Lo que está ocurriendo en Santa Rosa no es un accidente: es una maniobra estratégica que puede desembocar en una pérdida territorial silenciosa, como la de La Brea y Pariñas, como la del Lote 192, como tantas otras entregas disfrazadas de “acuerdos”.

Y el Perú, como siempre, reacciona tarde. Porque quienes gobiernan en Lima no conocen el territorio, y quienes gobiernan en Loreto no lo defienden. La frontera no se protege con palabras, sino con soberanía, con dignidad, con Estado y con pueblo.

Conclusión: Hora de despertar

Es momento de que Loreto despierte. No se trata de chauvinismo ni de guerra. Se trata de recuperar el control de nuestra región, de denunciar la injerencia extranjera disfrazada de comercio o cooperación, de enfrentar la corrupción interna que entrega la soberanía al mejor postor. Leticia no se olvida, pero Santa Rosa no debe perderse.

Porque si el Perú no defiende Loreto, Loreto tendrá que defenderse solo. Y esta vez, la historia no puede repetirse.

Alberto Vela

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