La dignidad del pongo: Rafael López Aliaga y la política de la sumisión
En campaña, Rafael López Aliaga prometió transformar Lima en una “potencia mundial”. Su lema resonaba como un grito de orgullo: la capital del Perú debía convertirse en una ciudad moderna, segura y competitiva. A más de un año de su gestión, la realidad es otra: Lima sigue encabezando rankings de inseguridad, la criminalidad crece, y los barrios viven con miedo constante.
En ese contexto, Donald Trump —sí, el mismo Trump que se ha convertido en referente político de buena parte de la derecha ultraconservadora latinoamericana— lanza una crítica durísima: Lima es peligrosa, el crimen está fuera de control. Y la respuesta de nuestro alcalde y aspirante a la presidencia es una reverencia:
“Yo respeto muchísimo
las opiniones, más si son foráneas”.
No hay defensa de la
ciudad.
No hay defensa de su gestión.
No hay un mínimo de dignidad nacional frente a un juicio que retrata a Lima
como una cloaca insegura.
La doble
vara del discurso
Si un peruano dice lo
mismo que Trump, López Aliaga lo acusa de “rojo resentido”, “caviar” o enemigo
del progreso. La crítica local es desechada, insultada y ridiculizada. Pero si
la misma frase viene de un extranjero poderoso o ideológicamente afín, se
convierte en verdad respetable.
Esta es la doble vara
del colonizado político: descalificar lo propio, venerar lo ajeno.
El
servilismo como política
Lo de López Aliaga no es
un lapsus ni un error aislado; es parte de un patrón histórico que ha marcado a
la élite peruana desde la República:
- Mirar hacia afuera para validar su
legitimidad.
- Buscar padrinos en el poder extranjero para consolidar ambiciones internas.
- Aceptar las sobras de la “teta” imperial a cambio de lealtad política y
económica.
Por eso, cuando un Trump
cualquiera opina sobre Lima, no hay indignación ni defensa. Hay sumisión.
Porque el servilismo no es vergonzoso para esta clase política; es una
estrategia.
La dignidad
del pongo
El pongo, figura histórica del siervo
indígena que soporta humillaciones a cambio de las migajas del patrón, es el
espejo en el que se miran estos políticos. Solo que ahora no sirven a una
hacienda en los Andes, sino a los intereses del capital transnacional.
A López Aliaga no le
incomoda que Trump lo retrate como un alcalde fracasado; lo que le preocupa es no
romper la sintonía con su referente ideológico. Prefiere que el mundo vea a
Lima como peligrosa antes que contradecir al extranjero poderoso.
Funcionales
al imperio
Este tipo de políticos
son funcionales al imperio:
- Sirven para mantener la narrativa de que
el Perú necesita “ayuda” y “orientación” desde afuera.
- Justifican la penetración de agendas y
capitales extranjeros en nombre de la “cooperación” o la “inversión”.
- Venden la imagen de un país incapaz de
resolver sus problemas, y por lo tanto, siempre necesitado de un tutor.
Y lo hacen por las
sobras: contratos, asesorías, inversiones dirigidas, apoyos diplomáticos y, en
algunos casos, simples palmaditas en la espalda.
Conclusión:
La respuesta de López Aliaga a Trump no es solo un acto de cobardía política; es una declaración de lealtad colonial. Muestra que, para algunos, la autoridad legítima no es el pueblo que los elige, sino el poder extranjero que los bendice.
Mientras esta mentalidad
siga marcando nuestra política, la promesa de “Lima potencia mundial” seguirá
siendo un chiste cruel. Porque no hay potencia posible con dirigentes que
piensan como siervos y actúan como sirvientes.
Alberto Vela
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