97 hojas de nada: el discurso aplaudido por el 1% de sus cómplices
No sé ustedes, pero mi tocayo se quedó profundamente conmovido con el discurso de Fiestas Patrias de Dina Boluarte. Tanto, que le dieron ganas de imprimir las 97 páginas, forrarlas en cuero, y usarlas como almohada para que recuerde todas las noches lo que significa vivir en una república secuestrada por una banda de criminales de cuello blanco y botas lustradas.
Ahí estaba ella tocayo, de pie, disfrazada de presidenta
—porque a estas alturas hasta el disfraz ya le queda grande—, leyendo sin alma,
sin sangre y sin país, ese mamotreto redactado por sus asesores fantasmas,
llenos de lugares comunes, promesas que nadie cree y cifras infladas con la
misma facilidad con la que se inflan los contratos millonarios del Estado.
¿97 páginas para no decir nada?
Sí. 97 hojas. Más de una por cada crimen de Estado
impune. Más de una por cada joven asesinado en diciembre y enero. Más de una
por cada día que este gobierno ilegítimo lleva aferrado al poder mientras el
país se hunde en violencia, hambre, inflación, abandono y desgobierno.
¿Qué nos dijo Dina? Que estamos saliendo adelante. Que hay
inversiones. Que el Perú crece. Que la minería avanza. Que las regiones son
prioridad. Que la institucionalidad está firme. ¡Qué viva el Perú!
Y yo, desde este rincón olvidado, solo puedo decir: qué
gran obra de ciencia ficción nos ha regalado la señora! Deberían nominarla
al Nobel de literatura fantástica. Porque no hay otra forma de describir un
discurso donde se nos pinta un país que no existe, gobernado por una mujer que
no gobierna, frente a un Congreso que no legisla, rodeado de ministros que no
gestionan, para una población que simplemente ya no les cree.
Un gobierno para el 1%
Dina no gobierna. Dina firma lo que le ordenan. Dina declara
lo que le dictan. Dina ocupa un cargo que no le pertenece, porque
nadie la eligió para esto. ¿Y para quién trabaja? ¿Para el pueblo? No. Trabaja para ese 1% de grandes
empresarios, lobbies mineros, financistas de campañas, y mafias enquistadas en
el Estado que hoy se reparten el país a pedazos como si fuera su chacra.
Y el Congreso, por supuesto, la aplaude. Ese mismo Congreso
con 98% de rechazo popular, donde
conviven condenados, acusados, rateros, tránsfugas, proxenetas de la política y
dinosaurios ideológicos que ya no saben a qué partido pertenecen porque han
pertenecido a todos.
Todos felices. Todos bien servidos. Todos con jugosos
contratos, concesiones, exoneraciones, amnistías y blindajes. Y si hay que
sacar más litio, más oro, más cobre, más tierras indígenas, más selva amazónica
para venderle al mejor postor, pues se hace. Con discurso patrio incluido.
Fiestas patrias sin patria
Y mientras tanto, ¿qué celebramos el 28 de julio? ¿Qué
gritamos en las plazas vacías, con militares en cada esquina? ¿Qué sentimos al
ver una bandera que ya no representa al pueblo sino al aparato que nos aplasta?
Celebramos, quizás, la persistencia de un pueblo que, pese a
todo, creo yo, aún no se resigna. Que sigue esperando justicia. Que se
organiza, se informa, se indigna y se prepara. Porque esta república, aunque
mutilada, saqueada y burlada, aún late en los barrios, en las comunidades,
en los estudiantes, en los trabajadores, en las madres que luchan por comida y
dignidad.
Dina no significa nada
Por eso, cuando me preguntan qué me pareció el discurso de
Dina, solo puedo responder: nada. Como si no existiera. Porque no
tiene voz propia, ni decisión, ni propósito. Solo obedece, administra el
saqueo, se saca fotos, y lee discursos que nadie recordará.
Y aun así, se nos pide respeto. Se nos pide paciencia. Se
nos pide escuchar 97 páginas de mentiras mientras se nos quita todo lo que nos
pertenece.
Yo prefiero el silencio digno a la verborrea del poder.
Prefiero la ira lúcida al aplauso servil.
Prefiero seguir diciendo: Dina, usted no nos representa.
Usted no es el Perú. Usted es el decorado de una dictadura empresarial que
terminará cayendo…
¡Dina, no eres nadie!
Ya basta de fingir.
Dina, no eres nadie.
Porque No representas al pueblo.
Porque No representas al Perú.
Eres la fachada vergonzosa de un gobierno de saqueadores.
La máscara de una dictadura disfrazada de democracia.
La sombra servil del poder económico que te dicta lo que debes firmar, lo que
debes decir y hasta lo que debes callar.
Dina, no eres nadie.
Y cuando el pueblo recupere su voz, su dignidad y su destino, ni tú ni tus
cómplices serán recordados como líderes…
sino como lo que fueron: usurpadores de un país que nunca les perteneció.
Alberto Vela
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