NETANYAHU, ZELENSKI Y EL SÍNDROME DEL WATERLOO IMPERIAL

Hay momentos en la historia en que los imperios —en su arrogancia, en su decadencia— cruzan la línea invisible entre el poder y la locura. Es cuando dejan de imponer respeto y comienzan a provocar risa, miedo o pena. Y es justo ahí cuando caen.

Estados Unidos e Israel están hoy, por distintos caminos, llegando a ese punto de quiebre. Y lo hacen no solo con bombas, sino con discursos que rayan en la estupidez. Como si no se dieran cuenta de que ya no pueden sostener la farsa que han montado durante décadas.

Netanyahu: el Zelenski del Medio Oriente

Benjamin Netanyahu no es un líder. Es un personaje de tragedia. Un *Zelenski de Oriente*, solo que con más años, más cinismo y una capacidad destructiva aún mayor. Si Zelenski es el actor convertido en peón de la OTAN para provocar a Rusia, *Netanyahu es el guionista, director y protagonista del guion sionista que arrastra al mundo al abismo con tal de evitar un Estado palestino.*

Ambos son productos de la misma fábrica: *la estrategia imperial estadounidense de utilizar “aliados” como carne de cañón* en guerras de desgaste contra potencias que resisten el orden unipolar. Ucrania contra Rusia. Israel contra Irán. Ambos escenarios, aunque distintos, comparten el mismo patrón: *sacrificar países enteros en nombre de la dominación global.

Irán: el muro que no se deja atravesar

Pero a diferencia de Irak, Siria o Libia, Irán no es un Estado fallido ni una tribu con bandera. Es una civilización milenaria, con una base nacional sólida, un aparato militar robusto, una cultura de resistencia forjada en siglos, y aliados estratégicos que van desde Hezbolá hasta Corea del Norte y Rusia.

Netanyahu ha pasado más de 30 años tratando de arrastrar a EE.UU. a una guerra con Irán, como lo ha documentado Jeffrey Sachs con contundencia. Y lo ha logrado. Trump cayó en la trampa. Biden también. Pero esta vez, al atacar a Irán, han cruzado una línea roja que podría costarles todo.

La historia enseña que los imperios caen no cuando son derrotados militarmente, sino cuando cometen errores estratégicos por exceso de confianza. Como Napoleón en Rusia. Como Hitler en Stalingrado. Como EE.UU. en Vietnam. Como la OTAN en Afganistán. Netanyahu y su guerra contra Irán podría ser el Waterloo del sionismo armado.

De la diplomacia al lenguaje mafioso

Lo más grotesco de este capítulo no son solo los bombardeos. Es el lenguaje. Trump escribiendo que “sabemos dónde está el líder supremo iraní” y que “podríamos matarlo en cualquier momento”. ¿Así habla un presidente? No. Así habla un mafioso de caricatura. Uno que no entiende que al frente no tiene a un Estado satélite, sino a una potencia regional que no se va a arrodillar.

Esta no es la paz del fuerte. Es la arrogancia del débil. El rugido del león que no tiene dientes. Y la historia está llena de esos momentos terminales en los que el imperio desnudo se pone la soga al cuello sin darse cuenta.

La bestialidad como doctrina

Netanyahu, como Zelenski, no busca la paz. Busca provocar, arrastrar a otros, incendiar el tablero. Se sienten invencibles porque creen que tienen al mundo de su lado. Pero cada bomba, cada mentira, cada crimen, despierta a más pueblos, más voces, más resistencia.

Lo que antes se sostenía con propaganda, ahora se cae ante la transparencia brutal de los hechos. El delirio de la “democracia israelí” bombardeando hospitales. El “pacifismo” estadounidense lanzando misiles para “abrir la puerta al diálogo”. La narrativa de civilización convertida en brutalidad geopolítica sin límites.

¡Basta ya!

No estamos ante una guerra más. Estamos en el umbral de una tragedia mayor. Y no porque Irán quiera la guerra, sino porque Israel y Estados Unidos la necesitan para sobrevivir a su propia decadencia.

Pero ya no estamos en 2003. El mundo ha cambiado. La multipolaridad ya no es una tesis: es una realidad. Y este intento de someter a Irán puede ser el error que acelere la caída del viejo orden. El error que transforme la hegemonía en parodia. El error que escriba, finalmente, el epitafio de un imperio. 

Alberto Vela

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