Dina Boluarte: el retrato hablado de una usurpación sin escrúpulos
Por más adjetivos que le pongamos, el verdadero insulto es que aún esté ahí, ocupando el sillón presidencial.
“Frívola como un personaje de Televisa, mentirosa,
ignorante de concurso y ridícula hasta la pena.”
— César Hildebrandt
Esa frase sintetiza con precisión quirúrgica el nivel moral, intelectual y político de quien ocupa Palacio de Gobierno como si se tratara de una peña privada, no de una república herida. César Hildebrandt, con su acostumbrada capacidad para destilar desprecio con justeza, no exagera: describe a Dina Boluarte con la crudeza que merece una figura que llegó al poder por la puerta trasera, se aferró a él como parásito a la vena estatal, y ha gobernado a punta de represión, maquillaje mediático y desprecio por el pueblo que dice representar.
Esta frase no es una opinión. Es un certificado de autenticidad. Una radiografía que, más que a una persona, describe a un sistema entero que hoy gobierna en el Perú, podrido desde el uniforme hasta la toga, desde el maletín del banquero hasta la sotana del hipócrita.
Esa descripción no es insulto, es diagnóstico. Y lo más
alarmante no es que Dina Boluarte encarne esos adjetivos. Lo más grave es que,
en el Perú de hoy, ese perfil parece ser requisito para gobernar.
Porque Dina Boluarte no llegó a Palacio por mérito, ni por coraje, ni por capacidad. Llegó por descarte. Y se quedó por sumisión. Representa con precisión la imagen perfecta de lo que la CONFIEP, la SNI, la cúpula militar, el Congreso golpista y los medios carroñeros necesitan: una muñeca obediente, decorada con escudos de impunidad, para garantizar su continuidad en un país colapsado institucionalmente, pero aún saqueable.
La frivolidad como política de
Estado
Que un país con más de 30 millones habitantes, la mitad pobres, con
ríos contaminados por relaves, mercurio y por petróleo, con niños sin escuela
ni pan, tenga como jefa de Estado a una señora que colecciona relojes de lujo y
viajes inútiles no es anécdota, es doctrina. Dina no gobierna: modela
la humillación nacional con taco aguja y sonrisa tiesa.
Mientras en Ayacucho lloran por los asesinados y en el VRAEM
revientan las rutas del narco, ella sonríe desde una pasarela diplomática que
no la invitó. Como si fuera una actriz secundaria que se metió al set
equivocado y el director dijera: “Ya, que se quede. Total, no habla.”
Mentirosa, sí. Pero con uniforme
y firma oficial
No mintió una vez. Mintió para trepar, para quedarse y para tapar los muertos. Mintió cuando juró lealtad a Castillo. Mintió cuando dijo que renunciaría si morían peruanos. Mintió cuando negó reuniones, lujos, regalos, decisiones.
Y la dejaron. Porque no se gobierna con verdad, sino con
conveniencia. Y ella es perfecta para encubrir, simular y firmar sin leer.
Ignorante de concurso… pero útil
al poder
¿Alguien la ha visto sostener una idea compleja, una
política pública, una posición sobre geopolítica o educación rural? No. Porque
no está ahí para pensar. Está para obedecer. La gran virtud de Boluarte
no es su inteligencia: es su intrascendencia.
Por eso la mantienen. Porque no molesta. Porque no tiene
voluntad, ni proyecto, ni identidad política. Porque no hay nada más
funcional al poder que una marioneta con sello presidencial.
La ridiculez de una dictadura que
se disfraza de democracia
Que tengamos una presidenta que no fue elegida para
gobernar, que se alía con militares y congresistas que nadie respeta, que
responde más a embajadas extranjeras que a los pueblos que lloran a sus
muertos... eso no es gracioso, es criminal.
Y lo ridículo es que se tome en serio. Que se piense
estadista mientras la historia la vomita. Que viaje por el mundo creyendo que
representa a un país al que traicionó, y que sueñe con el aplauso del
extranjero mientras en su propio suelo la llaman asesina.
Pero Dina no está sola: es apenas
la cara maquillada de una maquinaria criminal
La verdadera pregunta es: ¿por qué sigue ahí? Y la
respuesta es brutalmente clara:
Porque es el rostro que el poder oligárquico, dueño todavía del país,
necesita para ocultar su podredumbre.
Porque tras ella están los verdaderos culpables:
v Los
jueces que duermen ante la masacre.
v Los
fiscales que persiguen a campesinos, pero no a ministros.
v Los
militares que dispararon y luego cobraron.
v Los
empresarios de la CONFIEP y la SNI que aplauden mientras licitan.
v Los
congresistas que la sostienen porque les garantiza su propio festín.
v Y
los medios que, con cada silencio, cada portada vacía y cada entrevista
complaciente, se convierten en cómplices del Estado corrupto.
Ya no bastan los adjetivos: es
hora de llamarlos por su nombre
Dina Boluarte no es un error: es un síntoma terminal. Es
la demostración viva de que el Perú fue tomado por una casta sin honor, sin
verdad y sin miedo al juicio.
Pero ese juicio vendrá. Y no será diplomático ni maquillado.
Será popular, despierto y lleno de rabia.
Porque el Perú profundo no olvida a sus muertos, ni perdona a sus verdugos.
Alberto Vela
Excelente descripción de quién ya no representa a nadie! .. y si esto es así, mejor estaríamos con un Gobierno Transitorio que, de hecho no le conviene a ese poder oculto que decide todo en la sombra, pues, necesitan dar la estocada final asegurando sus continuismos. El círculo vicioso!
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