Putumayo: frontera invisible del Perú

El Putumayo peruano no solo es una frontera olvidada: es una herida abierta que revela el fracaso histórico del Estado para pensar y construir país desde sus márgenes. Allí, donde comienza la Amazonía y termina el Perú oficial, la política de fronteras ha sido una ficción centralista tejida desde Lima, con proyectos mal pensados, tecnocráticos y desconectados de la realidad indígena y territorial.

Como bien advierte Erick Braga, especialista forestal con años de trabajo en la zona, ni el Proyecto Especial Binacional de Desarrollo Integral de la Cuenca del Putumayo (PEBDICP) ha logrado en más de veinte años empoderar a una sola comunidad. No por falta de recursos o potencial, sino por una visión colonizadora, dependiente, que reproduce clientelismo y excluye a los pueblos originarios de cualquier proceso real de decisión. El Putumayo no necesita más intervenciones asistencialistas, necesita soberanía local, planificación territorial, mercados fronterizos dignos y una verdadera visión continental amazónica que lo conecte con Colombia y América Latina. Mientras tanto, seguirá siendo la frontera invisible del Perú, no por estar lejos, sino por estar fuera del mapa político y moral de quienes dicen gobernarlo.

La Provincia loretana de El Putumayo en color rojo

Hace más de medio siglo que se habla de una carretera al Putumayo. Medio siglo de promesas, discursos huecos y presupuestos fantasmas que nunca llegaron. En todo este tiempo, lo único que se ha asfaltado en esta parte olvidada del Perú son las mentiras.

Erick Braga lo ha dicho con claridad y desde adentro: el Proyecto Especial Binacional de Desarrollo Integral de la Cuenca del Putumayo (PEBDICP), con décadas de presencia en la zona, no ha podido empoderar ni a una sola comunidad, ni siquiera a Santa Mercedes, desde donde el propio proyecto opera. ¿Qué más prueba se necesita para decir que el enfoque ha fracasado?

El problema no es técnico. No es la geografía. No es la falta de instrumentos. Es la falta de voluntad política para ver al Putumayo como parte real del país y no como una frontera olvidada útil solo para discursos de soberanía o para fotos de campaña.

Y aquí hay que decirlo claro: estos proyectos se piensan desde una lógica centralista, excluyente y colonial, elaborados en escritorios limeños sin participación real de las comunidades —en su mayoría indígenas—, a quienes no se busca empoderar, sino mantener dependientes de instituciones políticas como las municipalidades o de entes como el propio PEDICP. Y este último, hoy capturado políticamente, es parte de la repartija de cargos de los partidos del "congreso del 2%", esa farsa institucional que representa a todo, menos al pueblo.

¿Quién está pensando en conectar realmente esta zona con el resto del Perú? Nadie. ¿Quién diseña un proyecto con visión de largo plazo, planificación territorial, soberanía productiva e inclusión indígena? Nadie. Y quienes están ahí, ya sabemos para qué están: para el negocio, no para el desarrollo.

Mientras tanto, Colombia sigue avanzando. Tiene presencia real, conexión territorial y comercial, y está lista para recibir productos del Putumayo peruano que ni siquiera tienen un mercado nacional definido. Braga habla con lucidez sobre una salida posible: una Zona Especial Fronteriza de Libre Comercio (ZCF). Pero, ¿quién desde Lima o Iquitos está pensando en términos de integración geoeconómica estratégica? Nadie. Aquí seguimos pensando la Amazonía como una selva remota llena de recursos, pero vacía de ciudadanos.

El Contador Público Colegiado Gabriel Souza: "Con experiencia en gestión pública y su capacidad para liderar proyectos de alto impacto busca integrar esfuerzs entre Perú y Colombia para el desarrollo de El Putumayo" Ja.

La dependencia de las comunidades con el PEBDICP es solo el reflejo de una dependencia mayor: la que tienen las regiones de la selva con un Estado que las ve como periferia, que les da migajas y espera sumisión. No hay autonomía comunal porque nunca hubo intención de construirla. Lo que hubo fue gestión de fondos, consultorías, talleres, capacitaciones, proyectos piloto y todo el aparato burocrático que alimenta al sistema, pero no a las comunidades.

Y mientras tanto, el Putumayo sigue esperando. Sigue esperando caminos, energía, conexión, mercado, visión de futuro. Sigue esperando justicia. Pero, sobre todo, sigue esperando que de una vez por todas alguien desde el poder tenga el coraje de tomar en serio esta parte del país.

Porque hablar de fronteras no es solo hablar de defensa. Es hablar de dignidad. Y la dignidad, en el Putumayo, está siendo arrastrada río abajo.

Alberto Vela

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