La psicología de los burócratas del crimen: cómo piensan (y sienten) los que gestionan el horror
Hay algo profundamente perturbador en la manera en que algunos políticos hablan sobre el dolor humano. No es sólo lo que dicen, sino cómo lo dicen. Con voz serena. Con distancia quirúrgica. Con un lenguaje técnico, diplomático, abstracto, que convierte la muerte en un asunto logístico. Como si no fueran personas las que mueren, sino cifras las que se desordenan.
El caso de Josep Borrell, ex jefe de la diplomacia
europea, es paradigmático, perfecto. Esta semana ha declarado que Europa
“se ha desacreditado completamente” por su papel en Gaza, acusando a la UE
de permitir que Israel siga matando a indefensos niños palestinos “con nuestras
armas”.
Y sin embargo, fue él quien, durante años, protegió esa
misma política exterior, lavó la cara a la OTAN, y sostuvo sin fisuras la
subordinación de Europa a Estados Unidos, principal sostén del régimen
israelí. ¿Cómo puede alguien lanzar una crítica tan certera y, al mismo tiempo,
quedar impune de su propia responsabilidad? ¿Qué pasa en la cabeza —y en el
alma— de alguien así?
La respuesta está en la psicología del cinismo. Una
patología del poder que convierte a hombres y mujeres en administradores
emocionales del desastre, en burócratas del sufrimiento. Gente vaciada de
ética, maquillada con retórica, y totalmente comprometida con la defensa de
intereses ajenos al bienestar de los pueblos. Son lo que Albert Camus llamaría “funcionarios del absurdo”.
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Encuentro entre el vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, en Ramala, Cisjordania, el 17 de noviembre de 2023. Foto: Gettyimagen |
1. La anestesia moral como estrategia de supervivencia
El primer rasgo es la desensibilización emocional.
Esta gente no siente como el resto. No porque no tengan emociones, sino porque
han aprendido a bloquearlas para poder funcionar dentro de sistemas
profundamente inhumanos. El horror se convierte en rutina. La injusticia,
en parte del paisaje. La masacre, en “una crisis humanitaria más”.
Esa desconexión emocional no es una debilidad: es una
herramienta de eficiencia política. ¿Cómo firmarías el envío de armas a un
régimen genocida si no apagas antes cualquier asomo de empatía?
2. El lenguaje como escudo moral
El cinismo se expresa en el lenguaje. Borrell no habla de niños
quemados vivos ni de madres desesperadas por sus hijos bajo los
escombros. Habla de “credibilidad”, “relaciones diplomáticas”, “aliados
estratégicos”. Es decir, transforma el dolor en tecnicismo.
Este lenguaje no es ingenuo. Es un escudo moral. Una forma
de reducir la tragedia a variables geopolíticas para evitar el juicio ético.
Mientras más abstracto el lenguaje, más protegida la conciencia.
3. La coartada intelectual: la crítica tardía
Otro rasgo es la retórica del arrepentido ilustrado.
Cuando ya no están en el poder, cuando ya no pueden ser responsabilizados
directamente, aparecen como voces lúcidas que “advierten” lo que está mal.
Pero lo hacen desde la seguridad de los despachos, sin consecuencias, sin
riesgo, sin vergüenza.
Es el caso de Borrell. Ahora dice que Europa está
desacreditada. ¿Dónde estaba esa valentía cuando tenía el poder de impedirlo? No
es lucidez, es cinismo reciclado. No es autocrítica, es lavado de imagen.
4. El enemigo siempre está afuera
El cinismo necesita un enemigo externo. Por eso, mientras se
lamenta de Gaza, Borrell advierte del “peligro de los vecinos” que quieren
hacer la guerra a Europa, refiriéndose a Rusia o China. En otras palabras: llora
sobre los muertos que permitió, y luego siembra miedo para justificar más
militarización, más OTAN, más sumisión a EE.UU.
Y como siempre, nunca es Europa la agresora. Nunca es
EE.UU. el problema. El mal está afuera. Siempre en otros. Esta lógica no es
casual: es el sustento ideológico del complejo militar-industrial occidental.
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Responsables del genocidio palestino |
5. No es locura individual: es estructura de poder
Conviene aclararlo: esto no es una patología individual,
no se trata de que Borrell o Von der Leyen estén “locos” o sean “malas
personas”. Se trata de un perfil psicológico funcional a un sistema
profundamente violento. Son seleccionados, entrenados y premiados por
pensar y actuar así.
Este tipo de cinismo no es excepción, es norma. Y lo más
peligroso de todo es que no se percibe como maldad, sino como realismo, como
“madurez política”. Nos han hecho creer que sentir empatía es ingenuo, y
que ser frío es signo de liderazgo.
Conclusión: no estamos gobernados por psicópatas, sino
por cínicos funcionales
El horror que vemos en Gaza, en Ucrania, en el Mediterráneo,
no es un accidente. Es el resultado de decisiones tomadas por personas que
han renunciado a sentir para poder seguir mandando. Personas que, como
Borrell, ahora juegan a ser los sabios que “nos advirtieron”.
Pero no fueron sabios. Fueron cómplices. Y lo siguen siendo.
Alberto Vela
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