Josep Borrell, el cínico bombero pirómano: cinismo y autolavado moral desde las ruinas de Gaza
En una de sus más recientes intervenciones públicas, Josep Borrell —Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ExVicepresidente de la Comisión Europea y actual presidente del CIDOB: Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona— ha lanzado duras críticas contra la Unión Europea, acusándola de haberse “desacreditado completamente ante el mundo por lo de Gaza”. Según sus propias palabras, Europa ha transmitido un mensaje claro: “No le importa la vida de los palestinos”.
A primera vista, parecería
una valiente autocrítica. Pero cuando quien lanza esta acusación fue
precisamente el máximo responsable de la política exterior de la UE durante
los peores meses del asedio a Gaza, el gesto deja de parecer honesto y
adquiere el hedor rancio del oportunismo más crudo. Borrell no está haciendo
una confesión: está revisando su legado para exculparse ante la historia,
ahora que ya no ocupa cargos de poder ni tiene que rendir cuentas.
La hipocresía institucionalizada
Durante su gestión como Alto
Representante de la Unión Europea (2019–2024), Borrell fue testigo directo de
la masacre de civiles en Gaza, del uso de armas europeas por parte del gobierno
sionista israelí, del bloqueo humanitario y de las violaciones sistemáticas del
derecho internacional. ¿Qué hizo entonces? Palabras. Condenas suaves.
Llamamientos al “diálogo”. Mientras tanto, la maquinaria de muerte de Israel
siguió operando sin freno ni sanción alguna.
Hoy, desde su cómodo púlpito
de think tank, Borrell se presenta como el analista lúcido, el anciano sabio
que ve el desastre venir. Pero fue él quien lo permitió, lo validó y lo
acompañó en silencio.
Y por si fuera poco, en la
misma entrevista, lanza una advertencia que raya el disparate: “El
problema no es si los europeos no luchan entre ellos, el problema es si hay un
vecino que quiere hacernos la guerra”, en alusión a Rusia o China. Es
decir, el mismo hombre que critica el descrédito europeo por apoyar la barbarie
en Gaza, propaga al mismo tiempo la narrativa clásica de la amenaza externa,
como si Europa fuera una víctima indefensa rodeada de enemigos sanguinarios.
Estados Unidos: el ausente presente
La omisión más escandalosa,
sin embargo, es la de Estados Unidos. Aunque Borrell se pregunta si aún
puede considerarse un aliado confiable, evita llamarlo lo que realmente es: el
principal promotor y garante de la impunidad israelí, la potencia que ha
destruido países enteros y ha arrastrado a Europa a guerras ajenas, desde Irak
hasta Ucrania.
Hablar de “vecinos que
quieren hacernos la guerra” y no incluir a Washington en la lista de amenazas
es como hablar de crimen organizado sin mencionar a las multinacionales que lo
financian. La narrativa es clara: se trata de desviar la atención hacia
Rusia o China y preservar, a toda costa, la subordinación estratégica a la OTAN,
ese aparato militar que sirve menos a la seguridad europea que a los intereses
de la plutocracia armamentista transatlántica.
No es Europa la que está desacreditada: son
sus élites
Conviene aclararlo con
firmeza: no son los pueblos de Europa los que han perdido credibilidad en el
mundo, sino las élites políticas que, como Borrell, han hecho carrera blanqueando
crímenes, sirviendo a la OTAN y disfrazando intereses económicos como “valores
democráticos”.
Desde Grecia hasta Irlanda,
desde Francia hasta España, son millones los europeos que marchan contra la
guerra, denuncian el genocidio en Palestina, rechazan la política de bloques y
exigen dignidad para la política exterior. Pero esas voces han sido
sistemáticamente silenciadas o ignoradas por una burocracia que habla en
nombre de Europa mientras trabaja para los dueños del complejo
militar-industrial Estadounidense.
Conclusión: no es lucidez, es coartada
Borrell no está siendo
valiente. Está construyendo una coartada para cuando la historia le pregunte
qué hizo mientras caían bombas sobre Gaza. Quiere aparecer como el que lo
dijo todo, el que lo vio venir, el que “ya lo había advertido”.
Pero lo cierto es que lo
dijo tarde, sin consecuencias, y sólo cuando ya no podía hacer nada —o ya no le
convenía hacerlo—. En lugar de pedir disculpas, se convierte en analista.
En vez de asumir su responsabilidad, recicla su imagen.
La Unión Europea,
efectivamente, ha perdido credibilidad. Pero no por culpa de sus pueblos, sino por
culpa de quienes —como Borrell— gestionan la tragedia desde adentro mientras
limpian su conciencia con palabras huecas desde afuera.
Alberto Vela
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