El drama silencioso del aguaje y el homenaje a un terco de la esperanza: Roger Walter Solano Villanueva

En la selva, el silencio puede ser engañoso. No todo lo que no suena está en calma. A veces, el silencio es grito ahogado. Así ocurre con el aguaje, una de las frutas más emblemáticas y nutritivas de la Amazonía, que poco a poco va desapareciendo del paisaje urbano y del imaginario cotidiano, desplazada por el cemento, por la indiferencia, por las malas prácticas extractivas y por la ceguera de un sistema que no ve valor donde no hay ganancia inmediata.

Iquitos, antaño ciudad donde el aguaje brotaba en los patios y se vendía en cada esquina, ha visto cómo esta joya natural se convierte en artículo de lujo. Lo que antes era parte del recreo barrial, hoy cuesta como un capricho. Y sin embargo, a nadie le importa.

Pero aún quedan algunos locos. O mejor dicho, algunos tercos de la esperanza.

Uno de ellos es el ingeniero forestal Roger Walter Solano Villanueva, egresado de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP), quien, lejos de rendirse ante el abandono estatal y el desinterés institucional por los bosques, decidió seguir viviendo de su profesión. No en Loreto, porque aquí ser forestal es casi una maldición, sino en la región vecina de Ucayali, donde encontró una tierra para sembrar no solo plantas, sino convicción.

Roger no es un funcionario de escritorio. Es de los que suda, siembra, monitorea y vuelve a sembrar. En sus propias palabras:

“Aprovechando estas últimas lluvias, seguimos plantando Aguajes y Ungurahuis en una finca privada. Cinco aguajes entran en monitoreo de sexo desde la forma y tamaño de semilla, germinación de la plúmula de color verde y abertura de las hojas”.

No se trata de romanticismo ecológico: es técnica, ciencia y compromiso. Roger es de esos pocos que entienden que el aguaje no solo es sabor, es soberanía alimentaria, economía rural, humedad, vida silvestre y futuro. Que cada aguajal es un pequeño pulmón, una despensa, un refugio de biodiversidad y un activo productivo si se maneja con inteligencia.

Y no se queda ahí. También es promotor de otro emblema amazónico: la hoja de bijao, esa que da identidad a nuestros juanes y envuelve los sabores de la selva. Su mensaje es claro:

“Es temporada de labores culturales o pre cosecha en los bijahuales o manchales de wira bijao. Debemos concluir del 8 al 10 de junio, luego preparar y buscar mano de obra, pretinas y víveres para la cosecha que inicia el 11 y concluye el 18. El 20 y 21 rumbo a Pucallpa para su comercialización. A todos esos emprendedores les deseo lo mejor y éxitos en sus negocios”.

Lo dice alguien que no solo lo promueve, sino que lo ha vivido incluso tras el incendio de sus propios bijahuales, una tragedia que no lo quebró, sino que reforzó su determinación.

Además, Roger trabaja incansablemente junto a las poblaciones indígenas y campesinas de Ucayali, compartiendo sus conocimientos, entregando plantones, organizando faenas de recolección y siembra, y ofreciendo acompañamiento técnico sin pedir nada a cambio. Su compromiso con estas comunidades contrasta brutalmente con la indiferencia de gobiernos regionales y municipales que, con presupuestos millonarios y discursos rimbombantes, no mueven un dedo para fomentar la siembra y aprovechamiento de estas plantas vitales por su alto valor alimentario y económico. Mientras los funcionarios miran al cielo esperando fondos externos o posan para la foto de rigor, Roger camina —o pedalea su moto cargada de verde— directamente a la chacra, al campo, a la comunidad.


Hoy, mientras las autoridades botan discursos en el Día del Medio Ambiente, mientras los “líderes” posan con una palita en la mano para una foto conmemorativa, Roger cabalga su moto roja, cargado de vida, distribuyendo plantones, haciendo plantaciones, educación y ejemplo. Él, sin recursos, sin respaldo mediático, sin titulares, reforesta con las uñas, mientras otros desertifican con presupuestos millonarios.

Su lucha es silenciosa pero fértil. Y por eso, este artículo es un grito de homenaje a su terquedad amorosa por los bosques. Porque necesitamos muchos más como él. Porque el drama del aguaje no se combate con leyes muertas, sino con manos vivas que siembran, cuidan y enseñan a cosechar sin destruir.

Gracias Roger, por seguir creyendo en lo que muchos ya abandonaron.
Gracias por demostrar que la Amazonía no necesita solo defensores: necesita sembradores de futuro.

Alberto Vela



Comentarios

Publicar un comentario