De EsSalud al consultorio privado: del abandono a la dependencia

“Creo que no es necesario ser médico para atender a la gente en EsSalud.”

Una frase que parece exageración, pero que cualquier paciente con experiencia en el seguro social confirmaría sin dudar. En EsSalud no importa si tienes una bata blanca o si eres cajero de supermercado: basta con saber preguntar “¿En qué le puedo servir?”, escribir una receta genérica y despachar con autoridad. Lo de revisar la historia clínica, auscultar, establecer un diagnóstico real o mirar a los ojos al paciente… eso ya sería ciencia ficción.

Médicos que no curan, directivos que no gestionan

Aquí el paciente llega después de meses de referencias y contrarreferencias. Lo han mandado del médico general al neurólogo, del neurólogo al neurocirujano y del neurocirujano a la farmacia sin escalas. ¿Y el tratamiento? Un cóctel de pastillas en cantidad suficiente para abastecer una farmacia rural: paracetamol como si fuera agua bendita, orfenadrina como antídoto universal y gabapentina para espantar el demonio del dolor. Todo sin revisar si el paciente ya lo tomó, si le hizo efecto o si lo dejó con gastritis. No importa. El sistema no exige pensar, solo recetar.

Y ojo, no todos los médicos son así. Hay quienes todavía luchan por hacer bien su trabajo. Pero incluso ellos están atrapados en un sistema dirigido por tecnócratas de escritorio, expertos en “indicadores de gestión”, que jamás han puesto un pie en una sala de espera. En EsSalud, los directivos hablan de “optimización del servicio” mientras los pacientes mueren esperando una tomografía, o rezan para que su receta no se quede atascada entre códigos de referencia y firmas autorizadas.

La transición al sector privado: de paciente a rehén

Entonces el paciente, hastiado de la indiferencia estatal, hace lo que muchos: cruza la vereda hacia el consultorio privado. Y ahí todo cambia. El mismo médico que en EsSalud te preguntó “¿qué le duele?” sin levantar la vista, ahora te recibe con una sonrisa, te escucha, te hace preguntas, hasta parece interesado en tu caso. Milagro. Pero el truco aparece al final: el tratamiento privado no busca curarte, busca fidelizarte.

De pronto entras a un circuito sin salida: controles mensuales obligatorios, recetas que caducan como yogur, estudios complementarios cada 30 días. Si dejas de ir, no solo “interrumpes tu tratamiento”, sino que te lanzan la sentencia de muerte: “Si no sigue viniendo, puede empeorar o quedar inválido.” La salud se vuelve una membresía: si no pagas, caduca.

La medicina privada ya no busca sanarte, sino retenerte. El consultorio se convierte en una trampa dulce: aire acondicionado, trato amable, pero una dependencia que ahoga. Ya no eres paciente, eres cliente. Y el cliente no tiene alta médica, tiene fecha de vencimiento.

Dos sistemas, una misma lógica

EsSalud y las clínicas privadas parecen opuestos, pero funcionan como dos caras de una misma moneda podrida. En el primero, te abandonan con indiferencia y negligencia burocrática. En el segundo, te enganchan con sonrisas, miedo y dependencia programada. En uno no te curan por desidia. En el otro, porque no conviene.

¿Y nosotros? Somos los que pagan las aportaciones a EsSalud para recibir turnos en seis meses. Somos los que gastan lo que no tienen para ver al mismo médico en su versión premium. Somos los que tomamos pastillas como si fueran caramelos porque “eso es lo que hay”. Somos los que salimos del hospital —como decimos en Iquitos— con el rabo entre las piernas.

Un resumen del cinismo

Dicen que la salud es un derecho. Dicen que EsSalud es un seguro digno. Dicen que la medicina privada es eficiente. Mentira, mentira y mentira. La verdad es que vivimos entre el abandono institucional y la dependencia lucrativa. Y lo más grave es que ya ni nos sorprende.

La próxima vez que un médico en EsSalud te pregunte con cara de piedra:
“¿En qué le puedo servir?”,
puedes responderle con otra pregunta:
“¿Y usted, en qué momento se olvidó de ser médico?”

Añberto Vela

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