Anteayer enterraron la decencia: No fue el funeral del Papa Francisco. Fue el funeral de la vergüenza.
No fueron a honrar a Francisco. Fueron a lavarse la cara. No olvidemos.
Me basto dar una
mirada a los encumbrados jefes de Estado, quienes estaban en el funeral de
Francisco en San Pedro para darme cuenta que no fue un acto de respeto. Fue una
gran operación de maquillaje global. Los mismos “líderes” que en vida
despreciaron, insultaron y sabotearon al Papa, desfilaron ahora ante su féretro
buscando cámaras, titulares, likes. No hubo luto: hubo marketing. No hubo
duelo: hubo cinismo organizado.
La muerte de un
hombre que enfrentó al poder, fue convertida en un espectáculo por ese mismo
poder. Un circo de sepulcros blanqueados, un festival de hipocresía mundial. Hoy
no se enterró solo a Francisco. Se enterró la vergüenza. Se exhibió el descaro.
Se consagró la gran mentira organizada que nos gobierna. No olvidemos. Porque
el olvido es el triunfo final de los farsantes.
Vean a estos dos, tramando por la muerte en el funeral de un hombre que clamaba por la Paz
Una mirada a los sepulcros blanqueados del poder mundial
El 26 de abril de 2025, en la majestuosa Basílica de San
Pedro, no solo se celebró el funeral del Papa Francisco. Se celebró también —y
sobre todo— el funeral de la decencia.
Lo que debía ser una ceremonia solemne, íntima, cargada de
dolor y gratitud hacia un hombre que incomodó a los poderosos por su compromiso
con los pobres y la justicia, se transformó en el mayor circo de indecencia
de las últimas décadas.
Allí, ante los ojos del mundo, desfilaron “líderes” que durante años no
hicieron más que insultar, boicotear y despreciar a Francisco,
presentándose ahora con rostros compungidos, rosarios en la mano y discursos
huecos sobre la "herencia espiritual" de aquel a quien jamás escucharon.
Vean al idiota con rostro compungido. El cinismo y la desverguenza en su maxima expresión
La hipocresía no fue un acto aislado. Fue la regla.
Estaban allí Giorgia Meloni y su cohorte de nacionalistas
italianos, quienes siempre despreciaron las posiciones de Francisco sobre
migrantes, pobres y derechos humanos.
Estaban allí Ursula von der Leyen, símbolo de la Europa militarizada que
Francisco tanto criticó, y Donald Trump, el quebrado moral que encarnó todo lo
que el Papa denunció sobre la cultura de la exclusión y del descarte.
Y estaba Javier Milei, el libertario argentino que hasta hace
pocos meses vomitaba contra el Papa palabras como "idiota",
"usurpador", "sirviente de Satanás", y que ahora, como el
gran idiota que es, estaba llorando lágrimas falsas y hablaba ante las cámaras
del "querido Jorge".
¿Qué vimos en San Pedro?
No vimos duelo.
No vimos gratitud.
No vimos respeto. Vimos el poder en su estado más puro: cínico, calculador,
instrumental.
Francisco, mientras vivió, fue una piedra en el zapato para
los poderosos. Por eso fue ignorado, insultado, marginado. Su defensa de los
migrantes, de los descartados, su denuncia del capitalismo salvaje, su crítica
a la guerra, todo eso era insoportable para estos jefes que acudieron a su
funeral con hipócrita solemnidad.
Pero muerto Francisco, su cadáver se convierte en un trofeo simbólico: una
oportunidad para limpiar imágenes, para simular grandeza, para posar ante los
medios como herederos de una espiritualidad que nunca abrazaron.
¿Por qué lo hacen?
Porque el poder contemporáneo ya no necesita la verdad. Le basta con la
apariencia.
En un mundo gobernado por la imagen, todo es reciclable: el dolor, la
memoria, incluso el testimonio de un hombre justo.
Así, la ceremonia en San Pedro fue el retrato de una época
sin alma:
- Donde
la muerte es apenas un escenario.
- Donde
el luto es un accesorio de marketing.
- Donde
la coherencia moral es vista como una rareza inútil.
No es solo una cuestión de gestos falsos. Es algo más profundo: es el vaciamiento absoluto de los rituales humanos, transformados en espectáculos para el consumo de masas.
Hoy, en San Pedro, enterraron la decencia.
Pero no la mataron hoy. Ya llevaba tiempo agonizando, víctima de la
globalización del cinismo, del reemplazo de la verdad por la rentabilidad
política, del triunfo del selfie sobre la reflexión.
Algunos dirán que siempre fue así. Que el poder siempre fue
hipócrita. Que no hay nada nuevo bajo el sol.
Puede ser. Pero hay épocas en las que la hipocresía al menos guardaba las
formas.
Hoy, ni siquiera sienten vergüenza.
Hoy, el cinismo se exhibe orgulloso, como un mérito.
¿Y nosotros?
¿Aceptaremos normalizar esta gran farsa?
¿Nos dejaremos arrastrar por la corriente de simulacros?
¿O tendremos el coraje de recordar —contra todo— que todavía existen la verdad,
la coherencia y la dignidad, aunque el mundo entero las haya relegado al último
rincón?
Pocos lloraron de verdad.
Y menos aún entendieron que el mayor luto que vivimos no fue la muerte de un hombre, sino el entierro de nuestra propia vergüenza colectiva.
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