321 La imbecilidad de los imbéciles: un congreso que se supera a sí mismo
En un mundo donde las instituciones deberían ser el faro de la ética y la transparencia, el Congreso peruano se ha convertido en el resumen, el epítome de "la imbecilidad de los imbéciles". Esta frase, que podría parecer una redundancia trivial, cobra un significado profundo y sarcástico cuando se aplica al lamentable espectáculo de nuestra clase política. ¿Qué otra cosa podríamos esperar de un órgano devorado por el hampa, donde la economía del crimen dicta las leyes y los intereses de unos pocos pisotean la voluntad de millones?
“No hay democracia sin libertad”, dijo Salhuana a Edmundo González en el Congreso. El Chiste se Cuenta solo. Ja ja ja jaaaaa
La última hazaña de este Congreso, con una aprobación que apenas compite con el margen de error de las encuestas, ha sido condecorar como presidente, que no fue ungido por EEUU. a Edmundo González, ex candidato presidencial venezolano, como si fuese un acto de honor. Sí, han leído bien. Un Congreso que no representa a nadie, gobernado por pícaros y mafiosos, ha decidido otorgar un reconocimiento a alguien que, al aceptar tal "distinción", automáticamente se alinea con la misma chusma que lo premia. Porque, vamos, entre iguales todo puede pasar.
No solo se trata de un homenaje a alguien que representa lo
que muchos consideran una farsa política, sino que Salhuana, el presidente del
Congreso, en un acto de total descaro, utiliza un discurso plagado de mentiras
para justificar lo injustificable. La referencia a la supuesta "victoria
con más del 67%" y la afirmación de que González “mostró las actas”
—cuando esas actas nunca se han mostrado— es un acto de manipulación descarada,
un intento de darle legitimidad a lo ilegítimo.
Y que todo esto ocurra en una sesión pública, frente a una
audiencia, hace aún más patente la "imbecilidad de los imbéciles"
que, se configura perfectamente en este acto. Es un ejemplo claro de cómo,
entre personas que comparten los mismos intereses y se protegen mutuamente, las
mentiras y las manipulaciones se convierten en una moneda corriente, aceptada
sin cuestionamientos.
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Bien lo dijo Hildebrandt: Alias presidentes. Jajaja. Foto: John Reyes Mejía (EFE) |
Lo más desconcertante es cómo alguien como Eduardo Salhuana,
con todo el historial que carga, se presenta como una figura legítima que honra
a un "triunfador" cuyo triunfo está lleno de vacíos, inconsistencias
y deshonestidades. Todo esto, claro, dentro de un congreso cuya aprobación es
de un mísero 3%, lo cual es otro símbolo de la desconexión de la realidad.
Este tipo de acciones y discursos no solo nos muestran la
"imbecilidad" en el sentido literal de la palabra, sino también el
cinismo y la falta de responsabilidad que permiten que se perpetúen situaciones
tan dañinas para la democracia y el bienestar del pueblo peruano.
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La cereza de la bosta. No faltaba más. |
Este acto no es un simple desliz o una anécdota aislada. Es un recordatorio brutal de cómo la mediocridad y la desvergüenza se han convertido en moneda corriente en nuestras instituciones. Es la confirmación, como dice Cesar Hildebrandt, de que vivimos en un país donde la heredera de una mafia, Keiko Fujimori, puede cogobernar después de perder su tercera elección, como si el fracaso sistemático fuera un mérito. Es el reflejo de un sistema que ha normalizado que Dina Boluarte esté en la cima mientras el periodismo claudica y los referentes éticos se esfuman, escondidos detrás de excusas que ya ni ellos se creen.
Y aquí estamos, espectadores de una caricatura que intenta
disfrazarse de democracia. La imbecilidad de los imbéciles no es solo una frase
irónica; es un diagnóstico. Es la descripción precisa de un Congreso que, lejos
de legislar para el pueblo, se dedica a perpetuar su propio circo. La
imbecilidad de los imbéciles, es el grito desesperado de quienes aún tienen
algo de dignidad y observan cómo se desmorona el poco respeto que quedaba por
nuestras instituciones.
Pero no nos confundamos. Esto no es un simple caso de
ineptitud. No, esto es imbecilidad a conciencia, un ejercicio deliberado de
desprecio hacia la ciudadanía. Y si González acepta esta condecoración, lo hace
porque comparte el mismo código moral: el de quienes ven en el beneficio una
oportunidad personal, sin importar el costo ético o social.
Así que aquí estamos, una vez más, viviendo en un país que
parece decidido a superarse en el arte de la vergüenza. Porque, al final, en el
Perú, los imbéciles no solo se multiplican; se premian entre ellos. Y nosotros,
los ciudadanos, quedamos como los eternos espectadores de esta tragicomedia
nacional.
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