296 Ukamara. Ojo de serpiente: una joya poética desde la Amazonía
La poesía de la Amazonía peruana no siempre ha recibido el lugar que merece en el panorama cultural del país. Durante mucho tiempo, las voces que nacen en estas tierras han quedado opacadas por el centralismo limeño, pero eso no ha detenido a grandes autores que, con su talento, están logrando romper esas barreras. Uno de ellos es Carlos Reyes Ramírez, un poeta loretano que con su obra "Ukamara. Ojo de serpiente" (2022) nos invita a adentrarnos en un mundo lleno de belleza, magia y denuncia.
El investigador Oscar Vargas Silva, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, ha hecho un análisis detallado de esta obra, ayudándonos a entenderla mejor y a darnos cuenta de lo profunda que es. A continuación, te cuento, en palabras más simples, lo que significa este libro y por qué es tan importante.
¿De qué trata Ukamara. Ojo de serpiente?
Imagínate un viaje por la Amazonía, no solo por sus ríos, bosques y paisajes, sino también por su historia, sus mitos y las vivencias de su gente. Eso es lo que logra transmitir Reyes Ramírez con este libro. Cada poema es como una fotografía o un recuerdo que combina la naturaleza y la vida cotidiana con elementos mágicos y simbólicos.
El río y el barco, por ejemplo, son dos figuras que aparecen una y otra vez. El río, como fuente de vida y comunicación, y el barco, que lleva a la voz poética a recorrer este universo lleno de historias. Pero más allá de lo bonito del paisaje, el poemario también habla de las heridas de la Amazonía: la explotación de sus recursos, la destrucción de los bosques y el sufrimiento de su gente.
Oscar Vargas Silva explica que la figura de Ukamara, esa serpiente de mirada poderosa, es el eje central del libro. Ukamara no solo es un ser mítico, sino que representa el origen y la esencia de la Amazonía. Es un dios creador, pero también algo amenazado por todo lo que está pasando: la tala de árboles, la contaminación, el extractivismo.
A través de los poemas, vemos cómo este universo poético que era puro y lleno de vida empieza a desmoronarse por culpa de la avaricia humana. Hay imágenes fuertes: “barcos cubiertos de sangre”, “árboles mutilados”, “vómito negro”. Estas metáforas no son solo palabras bonitas; son un grito de alerta sobre el daño que se está haciendo en la región.
Una mezcla de amor y resistencia
Lo bonito de este libro de poemas es que, aunque muestra muchas cosas tristes y duras, no pierde la esperanza. Reyes Ramírez nos recuerda que, a pesar de los problemas, el amor por la tierra, la memoria de los antepasados y las tradiciones de los pueblos amazónicos son una forma de resistir y seguir adelante.
Oscar Vargas Silva lo dice muy claro: Ukamara. Ojo de serpiente es una obra que celebra la vida y la cultura amazónica, pero también denuncia las injusticias que enfrenta. Es un libro que nos invita a reflexionar, a valorar lo que tenemos y a no quedarnos indiferentes ante la destrucción de un lugar tan especial como la Amazonía.
¿Por qué debes leer este libro?
Porque no solo es poesía, es un llamado de atención. Es un recorrido por un universo lleno de colores, olores y sonidos, pero también una sacudida que nos hace pensar: ¿qué estamos haciendo por protegerlo?
Carlos Reyes Ramírez no solo escribe para los loretanos o los peruanos. Su poesía trasciende fronteras, porque la Amazonía no es solo de quienes viven ahí, es un patrimonio del mundo. Y gracias a análisis como el de Oscar Vargas Silva, podemos entender mejor la profundidad y el impacto de obras como esta.
Así que, si alguna vez te preguntas cómo es la vida en Loreto, qué siente su gente o cómo se conecta todo con lo que pasa en el mundo, Ukamara. Ojo de serpiente es una ventana maravillosa para descubrirlo.
Créditos:
Basado en el análisis de Oscar Vargas Silva, investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP).
Dios
Ukamara creó los astros errantes en el infinito y encajó
el microbio que preñó a la boa de donde nació el primer
hombre.
Las chacras de plátano y de tabaco crecen bajo su
protección y sus hojas se derraman por los capilares de la tierra
y por el impetuoso corazón de los montaraces.
Ukamara es la estela en el oscuro firmamento,
es la resina venenosa del anfibio acate Phyllomedusa,
es la energía del cazador de paujiles y del pescador de sábalos.
En su corazón de manatí los lagos y las quebradas se
muestran apacibles y los ríos despiertan temprano con el
chasquido de los delfines y el zumbido de los insectos.
El cóndor que anida en las nubes y observa la hecatombe
del mundo se rinde ante Ukamara y le aprovisiona con su
único huevo en señal de reverencia.
Un dios indescriptible y despierto acompaña las tierras
y la vegetación de los campos mojados por el Universo
Creciente.
El rayo que parte árboles cuando llueve y el trueno que
aterroriza a los navegantes se derrumban ante Ukamara.
La candela que arde en el monte revela el quehacer humano
y en la soga de los muertos miran su acelerada mutación.
El horno nuclear ardiendo por millones de años es
Ukamara, la luz y el calor que emana hace saltar a grillos y
escarabajos y calienta las playas universales del Amazonas.
El poema es una celebración y una reverencia a Ukamara como símbolo de la vida misma, un dios que no solo crea y protege, sino que también se manifiesta en todo lo que existe. Es la fuerza que da origen, la energía que mueve, y el equilibrio que sostiene. A través de un lenguaje rico en imágenes naturales y mitológicas, Carlos Reyes Ramírez nos recuerda la profunda conexión que existe entre lo humano y lo natural en la cosmovisión amazónica.
Al mismo tiempo, el poema es una advertencia sutil: si Ukamara lo es todo, cualquier daño a la naturaleza es también un daño directo a este dios y, por ende, al equilibrio que sustenta la vida.
La poesía loretana
Hacer poesía en Loreto es como dar una pelea diaria para que la voz de la Amazonía se escuche. En un país como Perú, donde casi todo gira alrededor de Lima —la plata, la política, las oportunidades y hasta el arte—, escribir desde esta región es romper ese silencio al que suelen relegar a las zonas alejadas.
La poesía loretana no solo tiene que enfrentarse al olvido por estar lejos, sino también a los prejuicios. Para muchos, la selva es solo un lugar exótico, como de postal o leyenda, y no se valora como un espacio de ideas profundas o arte auténtico. Por eso, los poetas de Loreto tienen una doble tarea: escribir y, además, hacerse escuchar. Con su trabajo, nos recuerdan que la Amazonía no es un recurso para explotar ni un paisaje bonito, sino un territorio lleno de historias, luchas y cultura.
Escribir poesía en Loreto también tiene un significado fuerte, tanto simbólico como político. A través de los poemas, se cuentan las verdades de la selva: sus problemas, las batallas de su gente, la riqueza de su naturaleza y las formas de vida que han sobrevivido a la colonización y al abandono. Es como guardar la memoria de todo esto y, al mismo tiempo, luchar contra las historias incompletas que nos cuentan desde Lima.
Además, el centralismo no solo invisibiliza, sino que también limita las oportunidades. En Loreto faltan editoriales, eventos culturales y lugares donde los poetas puedan compartir su trabajo. A pesar de esto, esa misma falta de recursos le da a la poesía de la región un carácter único: es auténtica, combativa y distinta a lo que se produce en otros lugares.
Por otro lado, la selva no es solo el escenario de los poemas, sino que está viva dentro de ellos. Sus mitos, su biodiversidad y hasta sus problemas se sienten en cada verso. Poetas como Carlos Reyes Ramírez, con su obra Ukamara, nos muestran una poesía conectada con el territorio, con las luchas de su gente y con las historias que deben ser contadas.
En resumen, hacer poesía en Loreto es más que escribir. Es reclamar un espacio, defender una identidad que no quiere ser olvidada y recordarle al Perú que la Amazonía no es un rincón lejano. Es el centro de una cultura vibrante que tiene mucho que decir. Los poetas loretanos no solo son artistas, son también guardianes de una verdad que no puede ser silenciada.
(Alberto Vela)
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