295 ¿Chacra, hacienda o país?: Reflexiones sobre nuestra élite bruta y achorada

¿Qué tienen en común un ex magistrado “notable” que pide más balas, un ministro de Educación que confunde el cargo con una esquina de barrio y una presidenta que gobierna al servicio del saqueo? La respuesta es simple: todos son engranajes de la élite bruta y achorada (EBA), no derecha, esa que lleva más de 200 años   recordándonos que este país es su chacra.

Ernesto Blume, constitucionalista de ocasión, decidió quitarse la máscara y mostrar su verdadero rostro en televisión nacional, exigiendo más “mano dura”, (yo le dije a la presidenta…) para reprimir las protestas contra el Golpe de Estado a Pedro Castillo. Su mensaje no necesitó traducción: “¡Que disparen más! ¡Que aplasten a los revoltosos!” Porque claro, en su visión del Perú, los manifestantes son simplemente un estorbo, no ciudadanos con derechos. Este mismo personaje, que debería ser un defensor de la Constitución, terminó hablándole al país como un gamonal perdido en el tiempo, añorando los días en que una orden bastaba para silenciar a los “insolentes”.

Por otro lado, tenemos a Morgan Quero, el ministro de Educación que, en lugar de liderar con el ejemplo, nos da cátedra de cómo NO hablar. Decir que los derechos humanos “son para las personas, no para las ratas, en alusión a los muertos del gobierno de Boluarte” no solo fue una muestra de ignorancia e imbecilidad, sino un recordatorio de cómo piensan en las alturas del poder. Y luego, como si fuera un comediante fracasado, sale a “aclarar” que se refería a los violadores. ¿Qué sigue, ministro? ¿Un sketch en redes sociales para justificar el desastre educativo del país?

Ambos casos son un síntoma de algo mucho más profundo: esta élite fascista, colonial y racista nunca ha entendido ni querido entender al Perú, para ellos, este país no es una nación; es una hacienda que se hereda, se explota y se vende al mejor postor. ¿Educación de calidad? ¿Desarrollo sostenible? ¿Un sistema de salud digno? Eso les suena a chino mandarín porque sus verdadera patria está en Miami.

Y ahí, en el centro de esta tragicomedia, encontramos a Dina Boluarte, la presidenta que no gobierna, sino que obedece. Dina es el peón perfecto de esta EBA: alguien que no tiene más proyecto que mantenerse en el cargo, cueste lo que cueste. Para la élite, Boluarte es un mal necesario, un sapo que se tragan cada día porque les asegura una cosa: la continuidad del saqueo. Dina no lidera; Dina ejecuta. Sus políticas no son suyas, son el reflejo de los intereses de una oligarquía que la utiliza como un escudo mientras sigue saqueando al país.

En los momentos más oscuros, cuando las balas acallaban las protestas, Boluarte mostró de qué lado está. No del lado del pueblo, no del lado de los derechos humanos, sino del lado de quienes ven en el Perú un botín. ¿Cuántos muertos fueron necesarios para que la EBA durmiera tranquila? ¿Cuántas vidas costaron esa estabilidad artificial que solo beneficia a los de siempre?

Un manual no tan secreto del saqueo

La EBA tiene reglas claras. Primera: nunca te preocupes por el futuro del país; Preocúpate solo por tus inversiones. Segunda: si alguien cuestiona tu poder, aplástalo. Y tercera: si algo sale mal, culpa al pueblo. ¿No crees que esto te suena familiar? Así han operado estos personajes desde que la independencia fue firmada por criollos que se morían de miedo de perder sus privilegios.

¿Y dónde encajan personajes como Blume, Quero y Boluarte? Todos son el producto perfecto de esta maquinaria de dominación. Blume representa el lado “ilustrado” de la EBA, ese que usa títulos y discursos para disfrazar la brutalidad. Quero, en cambio, es la cara más descarada, el tipo que ni siquiera se molesta en maquillarse. Y Boluarte, la supuesta presidenta, es la pieza funcional que garantiza que todo siga igual. Entre los tres, muestran que la élite no necesita ser inteligente ni estratégica, solo necesita ser brutal y tener acceso al poder.

¿Chacra o nación?

El problema no es solo quiénes están en el poder, sino cómo hemos llegado a un punto en el que este sistema parece intocable. ¿Cómo puede un país lleno de recursos, cultura y diversidad estar en manos de personas que solo piensan en saquearlo? La respuesta está en la estructura colonial que nunca se desmanteló. En el Perú, las élites no gobiernan; administran su hacienda.

Pero aquí está el detalle: cada vez es más evidente que este sistema no da para más. Los pueblos indígenas, los jóvenes, las mujeres y las regiones históricamente olvidadas están despertando. Saben que este país no puede seguir en manos de quienes lo ven como su botón personal. El Perú no es una chacra, y quienes lo tratan como tal están comenzando a encontrar resistencia.

La pregunta incómoda

Si algo nos enseñan Blume, Quero y Boluarte es que este sistema está diseñado para perpetuar su mediocridad disfrazada de autoridad. Pero la verdadera pregunta es: ¿cuánto más estamos dispuestos a soportarlo? ¿Cuánto tiempo más permitiremos que esta élite bruta y achorada decida el destino de millones?

Porque cambiar al Perú no es solo cuestión de elecciones o leyes; es cuestión de romper con un sistema que lleva siglos saqueando y despreciando a la mayoría. Y mientras no lo hagamos, seguiremos viendo a personajes como Blume pidiendo balas, a ministros como Quero hablando de “ratas” y a Boluarte (alias presidente) sirviendo con devoción a quienes ven en el Perú no una nación, sino una hacienda.

 "Capataces de una Nación: El Perú como Hacienda de las Élites"

 ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, estas élites brutas y achoradas sigan actuando como si el Perú fuese su propiedad privada? Su visión del país es tan limitada como su interés en él: no ven una nación con 33 millones de personas con sueños, necesidades y derechos; ven una hacienda que administran para su propio beneficio.

¿Qué pasa por la cabeza de quienes creen que sus títulos, apellidos o contactos les otorgan un derecho divino para saquear recursos, reprimir voces disidentes y perpetuar desigualdades? ¿Qué clase de ceguera histórica les hace ignorar que las estructuras coloniales que tanto defienden ya no tienen cabida en un mundo donde los pueblos claman por justicia y dignidad?

Estas élites no gobiernan, porque gobernar implica visión, compromiso y servicio. Ellos administran, como capataces de una finca, asegurándose de que nada cambie y de que todo  beneficie al patrón. ¿Hasta cuándo seguirán creyendo que el Perú les pertenece, mientras el resto del país despierta y exige un cambio profundo?

La verdadera pregunta no es si estas élites cambiarán, porque no lo harán. La pregunta es: ¿cuánto tiempo más les permitiremos seguir jugando con el destino de millones?

(Alberto Vela)

 

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