281 "Sálvese quien pueda: El egoísmo, el cómodo conformismo de los acomodados"

Vivimos en un país donde la corrupción es la protagonista, pero hay algo que la sostiene desde las sombras: el egoísmo cotidiano, el conformismo disfrazado de comodidad y la indiferencia cómplice de quienes eligen mirar hacia otro lado. En Loreto y el Perú, esta actitud no solo perpetúa la crisis, sino que levanta una muralla invisible que bloquea cualquier intento de cambio. Porque, seamos claros, el cáncer no solo está en los políticos corruptos; también está en aquellos que, por tener "su trabajo" o una vida algo más acomodada, eligen la filosofía del "sálvese quien pueda".

El cómodo conformismo de los "bien acomodados"

Este grupo, que podríamos llamar los "acomodados funcionales", no roba ni desvía fondos públicos, pero muchas veces trabaja para quienes sí lo hacen. Son secretarios, asesores, contratistas, ejecutivos, docentes en instituciones manipuladas políticamente o profesionales que, con tal de asegurar su salario o algún beneficio, optan por llamar y seguir órdenes, aunque sepan que estos perjudican al desarrollo colectivo. Viven en una burbuja donde lo importante es que el dinero llegue a fin de mes, aunque el sistema que los sostiene se desmorone en pedazos.

¿Qué pasa con ellos? Han normalizado la corrupción y la precariedad. Su argumento es sencillo: “Mientras yo esté bien, lo demás no importa”. Han adoptado una actitud donde el bienestar colectivo es irrelevante, y cualquier propuesta de cambio que ponga en riesgo su estabilidad laboral o económica se convierte automáticamente en una amenaza. En su mundo, cuestionar al jefe corrupto, denunciar una irregularidad o movilizarse por causas comunes es una imprudencia. Su lema parece ser: "Mejor no me meto, para qué  quiero problemas" .

¿Son culpables o víctimas?

Algunos dirán que son víctimas del sistema, que también viven atrapados en la jaula mental que construyeron décadas de corrupción, centralismo y abandono estatal. Pero, ¿hasta qué punto podemos seguir justificando esta actitud? Cada día que pasan en silencio, cada vez que eligen ignorar la podredumbre a su alrededor, se convierten en cómplices. Sin decir una palabra, perpetúan el status quo.

Este conformismo no es inocuo. Estas personas se oponen activamente a las propuestas de cambio. Son quienes critican a los movimientos sociales por "interrumpir el orden", quienes tildan de "locos" o "idealistas" a los que exigen justicia y equidad, quienes minimizan las luchas diciendo: “Eso no va a cambiar nada”. En su afán de preservar su burbuja de estabilidad, se convierte en una barrera difícil de superar para quienes realmente buscan transformar la región o el país.

El egoísmo de los más vulnerables: Otro rostro del mismo problema

Pero no toda la responsabilidad recae en los acomodados. Entre los más vulnerables también hay una actitud preocupante de conformismo. Años de precariedad han cultivado una mentalidad de supervivencia, donde lo urgente siempre le gana a lo importante. Muchas personas aceptan dádivas de políticos corruptos, aunque sepan que estos solo perpetúan su pobreza. Les ofrecen un saco de arroz, un taper o un puesto temporal a cambio de su voto, y lo aceptan sin cuestionar, porque "es lo que hay".

Entendemos que la necesidad es cruel y apremiante, pero también hay una dosis de indiferencia hacia el futuro. ¿Qué pasa cuando estas personas eligen no organizarse, no movilizarse, no exigir sus derechos? Cuando se resignan y repiten frases como: “Así es la vida” o “Mejor esto que nada”, terminan reproduciendo el mismo ciclo de dependencia y abandono que los mantiene en la precariedad.

El impacto de la indiferencia en el desarrollo sostenible   

El egoísmo, tanto de los acomodados como de los más vulnerables, es una de las barreras más grandes para lograr un desarrollo sostenible y equitativo en Loreto y el Perú. Este conformismo colectivo sabotea cualquier intento de construir una sociedad más justa. Mientras algunos conservan sus privilegios, y otros aceptan su situación como inevitable, los problemas estructurales se agravan: educación de mala calidad, hospitales colapsados, falta de empleo digno y un medio ambiente destruido por la explotación irresponsable de recursos.

El desarrollo sostenible no solo depende de políticas públicas; Necesita una ciudadanía activa, crítica y solidaria. Sin embargo, cuando el egoísmo y la apatía gobiernan nuestras acciones, el cambio se vuelve imposible.

Rompiendo la filosofía del "sálvese quien pueda"

Loreto no puede esperar más. La transformación comienza cuando entendemos que el bienestar individual no puede construirse sobre las ruinas de una sociedad quebrada. Es momento de preguntarnos: ¿Qué tipo de futuro estamos dejando para las próximas generaciones? ¿De qué sirve un trabajo estable o una vida cómoda si vivimos en una región sin oportunidades para nuestros hijos? ¿Qué pasaría si, en lugar de pensar solo en nosotros mismos, nos uniéramos para exigir un cambio real?

Romper con esta mentalidad requiere valentía. Significa enfrentar el miedo a perder lo poco que se tiene por el bien común. Significa alzar la voz, aunque moleste a quienes están en el poder. Significa entender que la corrupción y la desigualdad no son un problema exclusivo de los políticos, sino de todos nosotros.

Tanto los acomodados como los vulnerables tienen el poder de cambiar el curso de esta historia. Pero solo podrán hacerlo si dejan de lado la indiferencia y asumen su papel como agentes de transformación.

El "sálvese quien pueda" no puede seguir siendo nuestra filosofía de vida. Porque el verdadero progreso no llega desde la comodidad ni la resignación, sino desde la unión y la lucha por un bien común.

“Líderes” sin rumbo: El egoísmo de quienes deberían luchar por todos

En una sociedad que se hunde bajo el peso de la corrupción y la precariedad, los líderes de las organizaciones gremiales y populares deben ser los faros que guían el cambio. Pero, ¿qué sucede cuando esos supuestos guías no ven más allá de su propio bolsillo? ¿Qué pasa cuando quienes ostentan el título de "líder" traicionan la confianza de las personas que representan para asegurar su propio beneficio? Lo que tenemos no es liderazgo, sino un burdo juego de intereses personales que profundiza la crisis y divide aún más a una sociedad ya fracturada.

El doble discurso de los “líderes” de la Sociedad  Civil

Muchos de estos "líderes" se presentan como defensores del pueblo, los guardianes de los derechos colectivos. Sin embargo, su discurso es sólo una máscara. En realidad, negocian bajo la mesa, pactan con los mismos corruptos a los que públicamente critican y priorizan acuerdos que llenan sus bolsillos en lugar de las necesidades de la gente. Así, las huelgas se convierten en plataformas para presionar por beneficios personales, y las protestas pierden legitimidad cuando están motivadas por agendas ocultas.

¿Cómo pueden mirar a sus hijos, que asisten a colegios donde la educación es mediocre y los maestros no están capacitados porque ellos mismos han permitido que el sistema colapse? ¿Cómo justifican sus actos cuando saben que las clínicas privadas y los hospitales públicos están en ruinas, plagados de corrupción, porque eligieron llamar en lugar de enfrentar a quienes destruyen la salud pública? La respuesta es simple: no les importa. Su egoísmo los ha cegado, y su posición de liderazgo se ha convertido en una herramienta para su propio beneficio, no en una plataforma de cambio.

No solo los líderes gremiales cargan con esta culpa. Muchas organizaciones de la sociedad civil, colectivos sociales e incluso medios de comunicación actúan como cómplices silenciosos. Estas entidades, que deberían ser espacios de resistencia y transformación, muchas veces se pierden en la inacción, la apatía o el oportunismo.

La división como barrera mental

El problema central es la división. Cada grupo, cada líder, cada organización opera en su propia burbuja, priorizando su beneficio inmediato en lugar de construir un frente común para enfrentar las verdaderas causas de la crisis. Esta fragmentación alimenta la jaula mental colectiva que impide el progreso. Mientras sigamos divididos, el sistema corrupto y desigual seguirá fortaleciéndose. 

(Alberto Vela)

 

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