264 “La naturaleza advierte: de Valencia a Loreto, las señales están claras y sigue la negación”

Las recientes catástrofes naturales en Valencia y Barcelona, ​​España, y la crisis de vaciantes y sequía extrema en Loreto, Perú, han puesto nuevamente en evidencia nuestra vulnerabilidad frente a una naturaleza que responde con fuerza a la devastación ambiental. Estas situaciones deben ser alarmas suficientes para que el mundo tome medidas urgentes, pero la realidad es otra: los poderosos parecen más interesados ​​en ver en estos desastres una oportunidad de negocio que en respuesta de forma contundente al llamado de la Tierra. Ya les diremos por qué.

En Valencia, lluvias torrenciales han causado graves inundaciones, destruyendo hogares y forzando a miles a buscar refugio. A pesar del sufrimiento humano y de los costos ambientales, los grandes poderes económicos y políticos no asumen su responsabilidad en esta crisis. En cambio, el mensaje que intentan posicionar es que “no hay culpables”, una narrativa que borra de un plumazo la relación directa entre estas catástrofes y el cambio climático provocado por las prácticas de las industrias que ellos mismos controlan.

Mientras tanto, en Loreto, Perú, una región amazónica históricamente rica en agua, enfrenta niveles críticos de sequía. Los ríos, que alguna vez fueron el pulso vital de sus comunidades, hoy secan a un ritmo alarmante. La sequía está afectando no solo el ecosistema sino también la vida cotidiana y la economía de las comunidades que dependen de esos ríos para su subsistencia. ¿Y dónde están los grandes intereses económicos que explotan los recursos naturales de la Amazonía? Apenas responden, y cuando lo hacen, suelen ser con soluciones parciales que, en el fondo, buscan preservar sus ganancias.

Estos eventos, junto con los incendios y olas de calor en otras partes del mundo, no son incidentes aislados. Son señales claras de que el planeta está reaccionando a las décadas de explotación y negligencia. Pero, mientras los pueblos se unen para ayudar en las reconstrucciones, como los miles de españoles que han acudido a Valencia en solidaridad, los grandes intereses económicos ya piensan en la “reconstrucción” como una oportunidad para seguir ganando.

La lógica de los poderes económicos ante estas catástrofes es clara: se preocupan menos por prevenir y más por adaptarse y “reconstruir” en beneficio propio. Las industrias de construcción, los seguros, las grandes empresas tecnológicas y las empresas de energía están listas para entrar al negocio de la crisis climática, viendo en cada inundación, en cada sequía y en cada catástrofe natural, una forma de expandir su mercado y su control. La geoingeniería, las barreras de contención, las obras de reconstrucción y hasta las “soluciones verdes” que ofrecen, en muchos casos, responden más a su interés por seguir lucrando que a una respuesta genuina para frenar la crisis climática.

La naturaleza, sin embargo, no entiende de negocios. La Tierra reacciona y seguirá reaccionando mientras los poderes económicos siguen ignorando sus señales. Pero la respuesta no tiene que venir de ellos. Si algo nos enseñan estas catástrofes es que el verdadero cambio viene desde la base: de la solidaridad entre personas comunes, de comunidades que se organizan y de una sociedad que cada día es más consciente del impacto de este sistema destructivo.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿hasta cuándo permitiremos que las grandes élites y sus guardianes políticos se beneficien del desastre? ¿Hasta cuándo ignoraremos que nuestra única esperanza de cambio real es unirnos y exigir que quienes controlan los recursos y el poder asuman la responsabilidad de proteger el planeta, no de explotarlo? En Valencia, en Barcelona, ​​en Loreto y en todo el mundo, la naturaleza nos manda señales, y está en nuestras manos decidir si las escuchamos o dejamos que el sistema siga con su negocio como de costumbre.

“Mientras las Cumbres Climáticas prometen soluciones tibias: el mundo se queda corto mientras las catástrofes avanzan”

Las grandes reuniones mundiales como la COP25 en Madrid y la reciente COP26 en Glasgow han sido escenarios para que líderes políticos y económicos prometan compromisos climáticos, adopten objetivos de reducción de emisiones y acuerden acciones para combatir el cambio climático. Sin embargo, mientras las élites debaten y negocian medidas a puerta cerrada, la naturaleza, en cambio, parece gritarles con catástrofes inminentes: actúen ya o será demasiado tarde.

Estas cumbres, las Conferencias de las Partes (COP), tienen lugar anualmente desde 1995 y son el foro más importante a nivel mundial para tratar el cambio climático. Pero, a pesar de las largas declaraciones y de los compromisos anunciados con fanfarria, los avances han sido tibios y lentos, con metas muchas veces pospuestas o suavizadas bajo la presión de los grandes intereses económicos. En lugar de acelerar un cambio radical, se adoptan medidas que apenas rozan la superficie de una crisis que afecta a todos los rincones del planeta.

Las recientes catástrofes en Valencia y Barcelona, ​​con tormentas descomunales e inundaciones devastadoras, son solo el último recordatorio de que el tiempo se agota. Mientras tanto, en la Amazonía peruana, la región de Loreto enfrenta sequías extremas, con ríos que alguna vez fueron el sustento de sus comunidades ahora reducidos a cauces secos. Cada uno de estos fenómenos son avisos urgentes de que el planeta responde ante la explotación desmedida y la degradación ambiental. Aún así, en las COP se sigue hablando de “objetivos a largo plazo”, mientras que las comunidades afectadas necesitan respuestas ahora.

Uno de los mayores problemas de estas cumbres es la influencia de los grandes intereses económicos y corporativos. Mientras que las naciones más afectadas por el cambio climático exigen justicia climática, las potencias mundiales y las grandes empresas industriales presionan para proteger sus negocios y evitar regulaciones estrictas. La COP25, que debía sentar las bases para un acuerdo ambicioso, terminó sin decisiones contundentes, y la COP26 fue criticada por acuerdos que se quedaron en “promesas” sin mecanismos de cumplimiento real. Es decir, los intereses económicos logran filtrarse en cada declaración, diluyendo el impacto de las políticas propuestas.

La realidad es que, mientras las élites negocian sobre “adaptación” y “mitigación”, millones de personas ya están sufriendo las consecuencias. Los compromisos vagos no alcanzan para enfrentar incendios, sequías, olas de calor y tormentas extremas que se multiplican año tras año. Las metas de reducción de emisiones de carbono que algunos países anuncian con bombo y platillo no pueden esperar hasta 2050 o 2070, porque los efectos del cambio climático no se tomarán una pausa.

El mensaje de la naturaleza es claro y directo: la humanidad, y en especial quienes han promovido un modelo económico de explotación sin freno, son responsables de esta crisis. Algunos países y corporaciones pueden mirar hacia otro lado, pero los fenómenos extremos, la pérdida de biodiversidad y la destrucción de ecosistemas no harán lo mismo. Y, a pesar de que los acuerdos climáticos buscan establecer un camino a seguir, la falta de voluntad política y la presión de las élites económicas para frenar cambios profundos demuestran que estos espacios de negociación se quedan cortos.

Si las COP continúan operando con metas insuficientes y compromisos débiles, la respuesta climática seguirá siendo inadecuada. No basta con discursos y fotos de líderes abrazando la causa climática, mientras los efectos del cambio climático se ensañan con los más vulnerables. El planeta, en cambio, sigue mandando señales, y cada catástrofe es una advertencia de que el tiempo se agota.

A modo de conclusión:

Las cumbres climáticas deben convertirse en espacios de decisiones reales, no de promesas vacías. No solo los líderes mundiales y las corporaciones, sino toda la humanidad, tenemos la responsabilidad de exigir medidas concretas y urgentes. Porque el mensaje es claro: si no actuamos de manera decisiva ahora, las catástrofes que enfrentamos hoy podrían ser solo un preludio de lo que vendrá. La naturaleza ya ha hablado; la pregunta es, ¿si quienes tienen el poder tendrán el coraje de escuchar antes de que sea demasiado tarde? 

(Alberto Vela)

 

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